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Licenciado en Teología

Las lágrimas de la Reina de Sabugo

El autor cuestiona la decisión de haber sacado en procesión bajo la lluvia a la Virgen de la Soledad

Algo no funciona bien cuando el espectáculo se impone a la devoción, a la piedad y al mismo sentido común. Y ese fue el bochornoso acontecimiento vivido en la noche de un Viernes Santo avilesino para olvidar (hasta donde olvidarse deba). Sucedía al término del sermón de La Soledad y caía plácida y constante la hermana lluvia, de manera entre copiosa y permanente, cuando en medio de una amplia extensión de paraguas salía, y permanecía expuesta a la intemperie, la Virgen de la Soledad en su paso de palio. Al mismo tiempo, desde el templo parroquial de Santo Tomás asomaba el paso de la cruz desnuda con la reliquia del "lignum crucis". Lejos de suponer el agua un problema, parecía imponerse la ilusión de ver retransmitida en televisión la procesión frente al deber de proteger y perdurar el objeto primigenio y último de una devoción popular: sus imágenes y reliquias.

Ni siquiera el llamado protocolo de lluvias pareció tener sentido (siendo real, acertado y hasta publicado se podría haber cumplido); es más, la irresponsabilidad, el desatino y la inconsciencia se adueñaron de quienes debieron parar el desastre. Ni a la directiva de la hermandad (públicas, claras y exactas han de ser sus razones y explicaciones sin dubitación posible sobre la decisión de salir), ni al clero acompañante (protegidos bajo sus paraguas generosos), empezando por los curas de Sabugo presentes en la procesión, les pareció trascender el desatino cometido allí mismo.

Más allá del indudable valor de los terciopelos, las platas y las alpacas repujadas se hace obligación inexcusable la de preservar, mantener un patrimonio de todos y para todos, y ello no es óbice ni siquiera cuando el arreglo y puesta a punto exija una intensa y cuidada limpieza. ¿Nadie sabe las consecuencias del agua sobre el terciopelo? ¿Y sobre la plata repujada y labrada? ¿Es necesario explicar el sentido del palio? (No, no se trata de un toldo para proteger la imagen en caso de lluvia ni cosas parecidas?) ¿Cuál es el precio de arreglar, sustituir o renovar lo estropeado? ¿Nos harán creer (eso es fe) daños livianos y sin trascendencia? ¿Debe la cofradía toda asumir la errónea decisión de unos pocos?

Tampoco la imagen, con su restaurado manto medio tapado por un plástico -como si protegiéramos al bebé en su carricoche-, cobra sentido; ni las tradiciones basadas en la fe cristiana se mantienen a costa de hacerlas de cualquier forma y protocolo. Las salves se cantan e interpretan donde devoción y tradición se conjugan? o mejor dejarlo para otro año, pues años habrá. Acelerar la marcha, apurar el paso y los pasos? hacerlo por inercia es la espléndida manera de acabar con todo ello. No vamos a pensar tan mal ni apuntar tan alto ni tan fuerte, pero los tiempos no son tan devotos ni cursis como nos quieren hacer ver. El mero hecho de no concluir con la Salve Popular ante la fachada del templo de Santo Tomás es una más de las erróneas formas de decidir. Es como si en ese momento el sentido de culpa y dolo prevalecieran ya sobre el espectáculo.

El error se ha cometido. El mal está hecho. Quiero recordar al cardenal Martini, quien en sus diálogos con Umberto Eco -ambos ya fallecidos-, nos indica cómo la Iglesia no satisface expectativas ni espectáculos, sólo celebra misterios sobre las preguntas últimas de los fieles y devotos, basadas en la tradición y el respeto a la praxis de los siglos pasados.

Cuando por fin una mujer toma la responsabilidad en una hermandad, en el relevo tradicional y rutinario de la directiva de La Soledad, cabe esperar se mantenga el espíritu y respeto a la devoción, para seguir celebrando los misterios centrales de la fe cristiana y que cuanto hasta ahora se ha construido y conservado no pase a ser un lluvioso homenaje al cansancio de los buenos.

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