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Escritor

Hablando de primavera

Praga, París, Portugal y, ahora, los "Rolling" en Cuba

Hablando de Primaveras, no estuve en la de Praga ni tampoco en la de París. Las dos importantes y coincidentes en 1968, cuando un servidor tenía 19 años y era un zangolotino que andaba de copas por Sabugo y tal día como hoy, Lunes de Pascua, supongo que acabaría bailando "Get on your knees" en la pista de la Exposición. Muy lejos de aquellos universitarios que buscaban la playa debajo de los adoquines del boulevar Saint-Michel. Lo que hacía entonces: trabajar, estudiar, divertirme y jugar al escondite con la político-social, era un acomodo burgués. Pero eso lo supe luego, ya muy mayor, cuando me enteré de que fui de los pocos, sino el único, de mi generación que no estuvo en París en 1968.

A París llegué diez años después y a Praga, más tarde aún, allá por 1990, cuando la gente volvía de un concierto que acababan de dar los "Rolling" y Jagger decía que estaba feliz por lo mucho que el rock había contribuido a la instauración de la democracia. No se me olvida. Acabo de revivirlo viendo a los "Rolling" en Cuba. Por eso mantengo la idea de que la música es tan importante que un movimiento social que no tenga banda sonora, no triunfa ni vale la pena. Ahí tienen el 15-M...

Imagino que todo esto les sonará a batallitas del abuelo pero, qué quieren, el abuelo es de aquella época y cuando se pone a escribir, sobre la primavera y la política, empieza por el Mayo francés, sigue con la Primavera de Praga y se embala. Recuerda "Grándola Vila Morena" y el 25 de abril portugués, "Libertad sin ira", de aquella transición, hoy denostada, y llega hasta esta primavera que, quitando a los "Rolling" en Cuba, ni fu ni fa.

Serán los años, supongo, porque esta primavera no me trajo ninguna alegría. Al contrario, me trajo un nudo en el alma que no vayan a pensar que es nostalgia. Es tristeza. Tristeza y desolación por la apatía social y el declive de la política. Por una primavera que llega sin la frescura de aquellas que incitaban a la conquista de una sociedad más justa.

No creo que la de 2016 vaya a ser una primavera de las que se recuerden. Aunque bueno, podía ser de esas en las que no pasa nada. Lo malo, que sí pasa. Pasa que en las elecciones regionales de Alemania acaba de ganar la ultraderecha, que ahí están el Frente Nacional en Francia, el partido de la Libertad en Holanda y Austria, y el UKIP en el Reino Unido. Partidos, todos, ultraderechistas votados por millones de personas. Y pasa, también, que una especie de payaso de feria, llamado Donald Trump, apuesta por la supremacía blanca, el racismo y el desprecio a las mujeres y es vitoreado por millones de americanos que lo adoran como al mesías.

¿Qué primavera es esta? ¿Cómo es que, en vez de empujarnos a la rebelión, nos empuja al conformismo y la pasividad absoluta? ¿Será cosa del cambio climático? Igual es eso, que el clima social es, ahora, el clima del miedo agravado por la contaminación del dinero. Estamos envenenados de egoísmo y alejados del compromiso. Solo así se explica que la primera encuesta de esta primavera arroje el dato de que si nos convocan de nuevo a las urnas, serán millones los que vuelvan a votar invierno.

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