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Doctor en Historia

Perla del Cantábrico

Reivindicación de un conjunto arquitectónico excepcional que conserva su frescura siglos después

La población de Salinas crece y decrece como uno de esos ríos de cauce estacional. En el verano su número se multiplica y numerosas viviendas que permanecen durante meses con las persianas y contraventanas echadas se abren a la cálida luz. Durante el invierno la población se aletarga y apenas recupera el pulso al llegar el fin de semana, momento en el que una muchedumbre recorre de un extremo a otro su paseo marítimo como si fuese la calle mayor de una ciudad vieja de Castilla.

Por la incuestionable belleza de su gran playa, todas las miradas de quienes visitan Salinas tienden a clavarse en el horizonte del mar o en los singulares relieves litorales que baten las olas, bien se trate de la Peñona, con su silueta de esfinge, o las montañas de arena del conjunto dunar mordisqueado por el tiempo. Pediría a esas mismas personas que en su próximo paseo se girasen, diesen la espalda por unos instantes al Cantábrico y concentrasen su atención tierra adentro, porque allí les aguarda uno de los conjuntos patrimoniales más singulares de Asturias.

A menudo he echado en falta la presencia de Salinas en ese compendio maravilloso de patrimonio que posee el concejo de Castrillón, encabezado por joyas como el castillo de Gauzón y la mina y el pueblo de Arnao, pues en Salinas se manifestó una de las actividades más importantes de nuestro mundo; el turismo veraniego tal como lo entendemos hoy en día.

Su desarrollo fue explosivo y su itinerario quedó marcado por una cadena de identidades. En las cartografías más antiguas del siglo XVIII y mediados del XIX, Salinas es un espacio de dunas que las aguas del Cantábrico inundan con las mareas altas y despejan en bajamar, denominado por los ingenieros como "Arenal del Espartal" o de "Raíces".

En el meridiano del siglo XIX, bajo los auspicios de la Real Compañía Asturiana de Minas, los vastos arenales adoptan una segunda identidad como paso del ferrocarril que desde las instalaciones fabriles alcanza el primitivo muelle de San Juan. Todavía es un espacio despoblado y salvaje. Poco después, la implantación humana en este entorno de apariencia desértica produce una tercera identidad y empiezan a surgir las primeras viviendas destinadas a la plantilla de la fábrica.

Y sucede otra metamorfosis. Hacia 1880, la moda europea de los "baños de mar" alcanza la costa, eclosionando un rico corpúsculo de residencias construidas por influyentes familias de Oviedo o Avilés, además de profesores universitarios afectos a la Colonia estudiantil, la flor y nata de una sociedad que está bosquejando muchas de las formas de ocio que hoy, democratizadas, definen nuestro "tiempo libre". Es su cuarta y definitiva identidad. Hoteles, fondas y balnearios ofrecen alojamiento temporal a todos aquellos que se desplazan en carruajes o en tranvía hasta la gran playa civilizada. La vieja línea de ferrocarril, cuyo trazado se conserva en el diseño de la calle Pablo Laloux, divide estratégicamente la zona residencial, festoneada por manchas forestales como el "bosque del Laberinto", y la zona playera, donde sólo se permite la presencia de equipamientos turísticos como el Balneario o el Club Náutico.

En las primeras décadas del siglo XX, cuando Salinas ya dispone de alumbrado público, las familias principales celebran constantes fiestas privadas, bailes y cotillones amenizados con organillos, actos de un protocolo exquisito por el que se ornamentan delicadamente los pinares con guirnaldas y farolillos a la veneciana y su fama se extiende a ultramar. Los periódicos de La Habana fundados por las comunidades de emigrantes chismorrean y ensalzan su belleza; en las cartas se entrecruzan comentarios acerca de las inolvidables jornadas estivales. En esta época de esplendor, Salinas brilla en el Cantábrico con tanta intensidad que algunos cronistas la imaginan como una nueva San Sebastián en un próximo futuro.

Este sofisticado panorama oculta una segunda Salinas, poblada por obreros de la fábrica, servidumbre doméstica y empleados de hoteles, entre ellos muchas mujeres, que limpian las casas y las habitaciones, lavan y planchan las ropas o atienden a los primeros turistas. Sus familias se apiñan en el extrarradio, en zonas específicamente humildes y bien diferenciadas, como El Agüil o el Campón.

Caminen ahora por sus calles, abran bien sus ojos y busquen con ahínco el extraordinario recuerdo de aquella vieja Salinas, pues el grado de preservación de sus edificaciones hace de esta población uno de los sumarios más importantes de arquitectura residencial contemporánea de Asturias, con toda clase de estilos: modernistas y eclécticos, regionalistas y racionalistas. El sinnúmero de arquitecturas destacadas imposibilita un completo recuento, pero algunas de ellas bien sirven como ejemplo de este festín que espera a cualquier amante de las artes constructivas. De una calle a otra se encontrarán con la fornida apariencia de fortaleza victoriana que caracteriza la residencia de Teodora Carvajal, una de las grandes matriarcas de aquella sociedad; con el refinado modernismo de la vivienda nº 9 de la calle Galán, que parece extraída de un paraje colonial francés; con la manzana de casas de la calle Príncipe de Asturias, que presentan el inequívoco sello de los diseños industriales producidos en la Real Compañía, el mismo escamado de zinc que adornó en 1903 el castillete de la mina.

Descansen un momento y sigan. Encaminen sus pasos a la calle Bernardo Álvarez Galán y localicen mi edificio favorito y -a mi entender- uno de los más extraordinarios, en tanto parece haber sido arrancado de raíz desde Francia o los Países Bajos e injertado en las arenas de Salinas como si fuese una exótica araucaria. Me refiero a la residencia de la familia Alas Ureña, un excepcional ejemplo de casa de ladrillo con entramado de madera "à colombage".

Entre los testimonios del turismo en ciernes destacan los alojamientos impulsados por Teodora Carvajal en el arranque de la calle que lleva el apellido de su marido: "Galán". Y no pierdan de vista la humilde estampa de esa otra Salinas obrera. Quizá algunos de ustedes ignoren que el actual cuartel de la Guardia Civil ocupa las moradas de los mineros de Arnao, planificadas como una simbiosis de casa obrera estilo "Mulhouse" y vivienda asturiana de corredor.

Camino diariamente por Salinas en las tardes de primavera y advierto que ninguno de estos edificios ha desgastado su frescura. Siempre me ha parecido que la perspectiva patrimonial de Salinas había sido postergada, exceptuando a sus propios habitantes, a algunos entusiastas y a un puñado de personas que intercambian fotos y recuerdos en las redes sociales. Y creo que es un buen momento para reivindicar las múltiples identidades que pueden detectarse en su historia y su urbanismo.

Una Salinas que no ha dejado de cambiar, pero que al mismo tiempo se ha resistido a los cambios profundos, retrasando los efectos que en otras localidades han descompuesto la herencia cultural; una Salinas "perla del Cantábrico", nombre del viejo balneario que viene a mi cabeza mientras recorro una vez más sus calles arboladas y me detengo, absorto, ante sus hermosas construcciones.

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