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Cervantes

La desidia institucional ante el 400.º aniversario de la muerte del escritor español más universal

Quedan pocos días, apenas una semana. Lo tenemos a la vuelta de la esquina. Se echa el tiempo encima. Nada se mueve. Nadie hace nada. Ya debería haber anticipos. Al menos podría percibirse el trajín de los preparativos. Mas todo está quieto. Nada se mueve. Nadie hace nada. Cuatrocientos años son muchos. ¡Quién se acuerda después de tanto tiempo! Tal vez algunos viejos memoriones lo recuerden. Pero estarán ya para poco más que sopitas y buen vino. Nada se mueve. Nadie hace nada. Se ha constituido una comisión interministerial. Un decreto dispone beneficios fiscales para quienes se atrevan a gastar sus propios dineros en planes y programas. Pero no hay subvenciones. Sin un pezón de las nutricias ubres del Estado al que asirse y del que mamar copiosamente, ¿quién se mueve? ¿Quién hace nada?

Miguel de Cervantes Saavedra, a sus sesenta y seis años, se describió a sí mismo, en sus "Novelas ejemplares", como un hombre de aspecto más bien corriente, "de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies".

Dos años después, en su madrileña casa, en la esquina de la calle León y la calle Francos, fallecía vencido por la diabetes, sobre la que tanto ahora se previene y que hasta no hace mucho tiempo se hablaba de ella diciendo que se tenía azúcar en la sangre. La muerte respetó al desdentado escritor hasta el momento en que pudo concluir "Los trabajos de Persiles y Segismunda", su última obra, que dedicó a su mecenas, el conde de Lemos, tras tomar la extremaunción: "Puesto ya el pie en el estribo,/con las ansias de la muerte,/gran señor, esta te escribo".

El 22 de abril de este año se cumplirá el cuadringentésimo aniversario del fallecimiento de Miguel de Cervantes. La historia le conocería como "el manco de Lepanto", porque resultó herido en aquella batalla naval, de cuya participación siempre se sintió orgulloso por considerarla "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros", como refiere en el prólogo de la segunda parte de El Quijote. Pero será esta novela la que le daría fama universal y la que le alzaría a ser conocido como Príncipe de los Ingenios. No existe ningún otro libro en la historia de la humanidad, excepto la Biblia, que haya tenido tantas ediciones ni haya sido traducido a tantos idiomas como "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha".

Si Shakespeare es el gran genio universal del teatro, Cervantes lo es en igual medida de la novela. Los ingleses y sus primos angloparlantes venderán cumplidamente los fastos del cuarto centenario de su insigne autor, que se cumple este mismo año. Aquí ya veremos qué se hace, que me temo que será poco. En Asturias, desde luego, nada, que ni siquiera participa en la Comisión Nacional conmemorativa del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, en la que sí están incorporadas seis comunidades, incluida Cataluña. Será porque en Barcelona fue donde don Quijote concluyó sus andanzas, tras ser vencido en la playa por el caballero de la Blanca Luna.

Asturias también está bien representada en la obra con Maritormes, moza poco agraciada, pero caritativa y una buena mujer. Suficiente, pero nada.

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