Héctor Alterio subyuga, acongoja y extrae sonrisas de la tristeza más congelada. Héctor Alterio es un maestro. Todo lo hace fácil: el disgusto, el olvido y la creación de la memoria. Juan Pablo Castel, el pintor que protagoniza "El túnel" -su versión dramática también la interpretó Alterio no hace demasiado-, viene a decir que se vive para tener recuerdos y que, cuando estos se desvanecen, la vida entra en "stand by" y así sólo queda la angustia de ser porque se ha sido y no porque sigamos siendo. Héctor Alterio, en "El padre", es el progenitor, el hombre que vivió y al que se le acaban los minutos. Y todas estas pérdidas las recrea el actor argentino como un genio con más de medio siglo de experiencia sobre las tablas. Un tesoro. El viernes pasado el teatro Palacio Valdés acogió el estreno nacional de "El padre", una farsa trágica -mucho- que comienza su carrera comercial a mediados de mayo. En unas semanas la compañía regresará a Asturias: les esperan en Oviedo y en Gijón. Marquen la fecha en el calendario. Héctor Alterio es una joya sobre la escena. Sobre todo cuando el tobogán llega al final de su viaje y su mirada se pierde en la inmensidad. El teatro Palacio Valdés se puso en pie para agradecer su trabajo. Y el Palacio Valdés no es muy de aspavientos y bravos. Se lo digo yo.

Evidentemente, "El padre" es una obra donde los triunfos tienen nombre y apellido: los de Alterio. Pero también es evidente que sin el apoyo de los otros cinco actores (sobremanera, Ana Labordeta, espléndida) el trabajo de Alterio hubiera quedado desvaído. El padre, Andrés, está enfermo. La cabeza le funciona a menos revoluciones que cuando entonces. La pérdida de la memoria causa sonrisas y, al final, congoja. La congoja que manifiesta Labordeta es la que revive el espectador en su butaca. "El padre" es una obra catártica, en el sentido aristotélico de la palabra: lo que sucede sobre la escena le sucede también al espectador. La memoria es el tesoro más preciado de todos. Todos somos lo que fuimos. Por eso Alterio acongoja. Alterio es espectacular y este espectáculo es el actor mismo en todo su esplendor, con sus 87 años por el mundo. Y como si nada.

Pero, ya digo, las cosas no se hacen solas. José Carlos Plaza, el director de escena, mueve a los actores que acompañan a Alterio con sabiduría. La escenografía se desnuda a medida que se desnuda la memoria del personaje al que da vida Alterio. Y el resto del elenco toma caras ciertas e imaginaciones terribles. La maldad produce lágrimas y una cena de pollo al horno, pérdida del corazón. Ana trata de repartir su amor entre el padre y el marido (Luis Rallo) y el marido lo quiere todo entero.

Con Héctor Alterio la noche de teatro del viernes pasado fue una fiesta. Hubiera sido una fiesta más divertida si la llegada al clímax no se hubiera demorado tanto. Pero esto es cosa de Florian Zeller, el dramaturgo francés que por donde va, triunfa. "El padre", a la vez que en España, está, por ejemplo, en Broadway (la hace Frank Langella) y en Buenos Aires (con José Soriano). La congoja la subraya una banda sonora (de Mariano Díaz) que subraya demasiado. La memoria (su ausencia) congela el corazón. Y de vez en cuando está bien dejar que el corazón se congele. No se la pierdan.