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Médico

A las Siervas de Jesús

Carta que el autor envió a las monjas del Hospital de Avilés, donde trabajó, agradecido por su abnegación

Reverenda Madre Superiora:

Tengo el gusto de dirigirme a usted y al resto de integrantes de la comunidad de Siervas de Jesús en el Hospital de Avilés para comunicarles mis sentimientos hacia esa congregación; sentimiento de pena por su marcha y de gran satisfacción por haber conocido y tratado a un número importante de hermanas a lo largo de mi vida. Conocí por primera vez a una hermana, sor Pilar, a finales de la década de 1930, con motivo de ir a visitar a mi padre en el Hospital de Caridad ya que, por estar enfermo, estuvo ingresado en dicho centro.

Más tarde, una vez terminada la carrera de Medicina, comencé a trabajar como médico de guardia en dicho Hospital, bajo la dirección del doctor don Antonio López Sendón (de 1955 a 1961) y durante ese tiempo tuve constantes contactos profesionales con las hermanas que en él se dedicaban a atender a los enfermos en todos los aspectos: espiritual, sanitario, en la cocina, de apoyo familiar y, en una palabra, prestando toda clase de ayuda y atención a los hospitalizados y sus familias, y a los profesionales que en dicho centro trabajábamos en aquellos intensos años del comienzo de la empresa Ensidesa.

Más tarde, en el año 1979, fui nombrado director del Hospital, cargo que ejercí hasta 1985 y, aparte de la relación cordial que hemos tenido recíprocamente la comunidad y la dirección, han ido intensificándose mis sentimientos de admiración y respeto por todas las hermanas que con tanta abnegación se dedicaban a ayudar a los demás. En ese periodo se habilitó la planta superior como residencia de la comunidad religiosa, independiente del resto.

He conocido y tratado a varias superioras y a gran cantidad de hermanas que estaban en la cocina (sor Ignacia), en los quirófanos (sor Asunción, sor Regina, etcétera), en la farmacia (sor Refugio), en las guardias, en el ropero, en la lavandería y en todas partes ya que cada una de ellas era de gran valía para todos los trabajos.

He ido a visitar a alguna hermana ya retirada a la casa que tiene la orden en la calle Uría, en Oviedo. He recibido para transmitírselo la gratitud de muchas personas a quienes velaban por las noches en su enfermedad, desplazándose a su domicilio.

He sido y soy testigo del cariño y admiración que les tienen los vecinos de la comarca avilesina por su labor ingente a lo largo de tantos años.

Al enterarme por la prensa de su inminente marcha de Avilés y pese a no haber tenido el gusto de tratarles personalmente, no he querido dejar pasar la ocasión de dirigirme a ustedes por medio de este escrito para testimoniarles mi personal agradecimiento por su inmensa labor a lo largo de más de un siglo, por su buen hacer y por el recuerdo imperecedero que va a dejar la orden de las Siervas de Jesús en esta localidad.

Que Dios les bendiga y les premie su dedicación generosa y altruista a los demás.

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