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Los sillones

A poco más de un mes de unas nuevas elecciones generales

Dentro de nada se cumplirán seis meses desde que se celebraron las últimas elecciones legislativas. No sirvieron para que se nombrara un nuevo Gobierno, así que vuelta a empezar. Al menos esta vez nos acercaremos a las urnas conociendo a los candidatos algo mejor. Ya sabemos a ciencia cierta que unos son unos cargantes; otros, unos pelmas; estos, unos latosos, y aquellos, unos plastas.

Durante estos meses pasados todos nos han dado la vara, garrochazo tras garrochazo, encelándonos de tal manera que no nos han dado salida y sin que ningún cuadrillero intentara un quite de alivio. Se han excedido en esta suerte, que a punto estuvo la cosa de que la mayoría del personal se quedara tan desbravado que no pudiera volver a salir al tentadero electoral.

Ha llegado a ser una matraca insoportable. Ya se sabe que la propaganda consiste en repetir un mensaje machaconamente, una y otra vez, hasta que quede grabado en el cerebro y, a ser posible, hasta en el tuétano. Pero conviene introducir variaciones de vez en cuando, para que ese mensaje no acabe convirtiéndose en un elemento más de la vulgaridad cotidiana y, entonces, pase totalmente desapercibido o, lo que es peor, aburra solemnemente. Esto último es lo que ha ocurrido con los señores que salieron de las urnas en el pasado diciembre, que mira que tabarra nos dieron con cuatro palabras y alguna frase con las que nos machacaron constantemente y sin piedad alguna, a pesar de haber sido declarado este, sí, sabés vos, el Año de la Misericordia por el papa Bergoglio.

Lo primero de todo fue eso de "escuchar el mensaje de las urnas". Luego, inmediatamente, utilizaban inexorablemente las palabras "cambio", "progreso" y "reformas", vinieran o no a cuento. Y, naturalmente, todo eso sazonado con "diálogo", "acuerdos" y "sin vetos", aunque con "líneas rojas" y, naturalmente, con un "no". Con estos vocablos y pocos más construyeron todas y cada una de las frases que nos vomitaron cansinamente. Pruebe usted a hablar así y verá la cara de tonto que se le pone. Se ve que ellos no tienen espejo, porque todo indica que van a seguir en sus trece hasta finales de junio y lo que te rondaré, morena.

No obstante, lo más absurdo de todo lo que han venido diciendo es acusarse los unos a los otros de que lo único que quiere el de enfrente son sillones. ¡Abrase visto semejante desfachatez! ¿Cuándo ha ocurrido, a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, que los que se presentan a unas elecciones políticas quieran sentarse en los sillones del Gobierno? Todo el mundo sabe que la aspiración máxima de los candidatos es quedarse de pie y no pintar ni copas. Es bien conocido que cada uno de los partidos hace toda la propaganda que puede para que les voten, pero para que los sillones desde los que se gobierna los ocupe el contrario. Como si no lo supiéramos de sobra.

Vamos a ver, señor mío y señora mía. El sistema democrático consiste, precisamente, en que los gobernantes son elegidos por los ciudadanos entre los candidatos que se presentan en un procedimiento competitivo. Se diferencia así de otros en los que el poder se alcanza a garrotazos o por la magia de los genes. Los que aspiran a ser elegidos en unas elecciones lo que procuran es llegar al poder y, por lo tanto y lógicamente, sentarse en los sillones, las sillas o, en su caso, las banquetas desde las que se ejerce. Hombre, la verdad es que muchos de los que se incluyen en las listas se contentan con el simple y sustancioso aseguramiento del cocido, pero sus cabeceros lo que quieren es gobernar. Es que gusta más mandar que eso que me callo y usted está pensando. Ahora tendrán otra oportunidad, que los sillones están vacíos.

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