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Presidente de Foro Avilés

¡Ya somos laicos, por Dios!

La posición de varios partidos respecto a los asuntos religiosos en Avilés

Decía Chesterton "que cuando los hombres no creen en Dios, no es que no crean en nada sino que se lo creen todo". La apelación a la laicidad, al veto de toda expresión de fe en un ámbito público, pugna empero con todo tipo de manifestaciones intelectuales o culturales que son producidas con financiación afectada desde las Administraciones Públicas en el nombre de la libertad de expresión o de la libertad de creación artística. Aquí los cristianos, que nadie dude que esto va contra de los cristianos y singularmente contra los católicos, pues contra las prácticas fundamentalistas del régimen iraní de colgar a los homosexuales de las grúas y demás tropelías nadie dice nada, han de guardar sus opiniones sobre la religión para sí u ocultar los valores a que se anuda su fe a la esfera privada, tal y como pusieron de manifiesto en el último Pleno los concejales del PSOE, Somos, IU y Ganemos, renunciando a todo intento de influir, de cambiar la sociedad con arreglo a sus citados valores.

Quieren ser laicos, sí, aconfesionales, como si ahora no lo fuéramos o como si tal circunstancia no estuviera garantizada suficientemente en el artículo 16.3 de la Constitución, pero financian una exposición blasfema, compuesta por 248 formas consagradas con la palabra pederastia y fotos vejatorias, en el Ayuntamiento de Pamplona. Son laicos, sí, como Ada Colau, para apoyar a Dolors Miquel, tras blasfemar la oración del "Padrenuestro" con ocasión de la concesión del Premio Ciudad de Barcelona de Poesía. Laicos sí, con los pechos al aire, como "La libertad guiando al pueblo" de Delacroix, o sea, como Rita Maestre, portavoz del gobierno en el Ayuntamiento de Madrid, para poder asaltar con fruición la capilla de Somosaguas. Libertarios al fin, para apoyar desde las instituciones la procesión del llamado "santísimo coño insumiso" a mayor ultraje y escarnio de los sentimientos de miles de personas.

Dicen querer ser laicos, pero no es cierto, son laicistas. España (perdón, el Estado español) es laica, aconfesional, porque existe una verdadera autonomía entre los planos de lo secular y lo religioso, entre el Estado y las iglesias, tal y como preconizara hace 2000 años, mucho antes que los citados concejales de Avilés, el evangelista Mateo con lo de "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Otra cosa, bien distinta, es el laicismo, que implica una hostilidad o indiferencia hacia la religión, que niega toda influencia de esta en la vida de los individuos y de las sociedades. Desde luego, con ese planteamiento "no pasarán", porque al menos igual derecho tienen los ciudadanos que profesan un credo a defender su ideario y valores, en la esfera pública y privada, como otros a defender ideologías reaccionarias y anti teístas en el escenario político, pese al dolor y la muerte que históricamente han ocasionado a millones de personas.

Frente a las doctrinas prohibicionistas, dirigistas e intervencionistas, merece la pena recordar la influencia de la religión en la conformación de nuestra civilización y en el progreso de sus pueblos, aún con sus claroscuros. Negar que el pensamiento cristiano, acuñador del concepto de la dignidad inalienable del ser humano, individual y libre, social e igual, ha venido a forjar con el derecho romano y la cultura griega el concepto de Europa, es negar la evidencia. Pensar que todo el desarrollo económico y jurídico de nuestro continente, transmitido más allá de los océanos, se ha fraguado al margen de la religión es desconocer la religión y la Historia. O es que acaso olvidamos la aportación de la Escuela de Salamanca, desde los albores del siglo XVI, con Francisco de Vitoria, Domingo Soto o Martin de Azpilcueta, a la reivindicación de la libertad, inédita para esa época, en el desarrollo del derecho de gentes y el derecho internacional o en la formulación de las primeras doctrinas económicas modernas, como recordaría el influyente economista Joseph Schumpeter en 1954.

Nadie, que se acerque al hecho histórico sin prejuicios ni sectarismo, puede negar la influencia de la ética protestante en la cultura del emprendimiento y de los negocios, como bien describiera Max Weber. No es posible entender la transmisión de la cultura en Europa sin la presencia de los monjes copistas del Medievo, sin las bibliotecas de los monasterios, sin las escuelas levantadas a la sombra de una catedral. Como no es posible tampoco entender la solidaridad o la defensa de los excluidos sin la ingente labor de miles de religiosos y religiosas, en la propia Europa, a la puerta de nuestra casa o en secarrales del mundo olvidados de la conciencia de los hombres. O la influencia del Papa Juan Pablo II en la caída del muro de oprobio, dolor y vergüenza impuesto por el comunismo, o el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, cambiándose por un compañero para evitarle su muerte a costa de su propia vida, en el Auschwitz del terror nazi.

La Corporación avilesina, con los votos de la izquierda, se ha sumado a la red de municipios laicos del Estado español para, entre otras cosas, prohibir los símbolos religiosos en los espacios públicos, o eliminar nombres de calles con referencias religiosas, para quizá no subvencionar la extraordinaria Semana Santa avilesina, o no colaborar con la magnífica Semana de Música religiosa de Avilés, o para que las fiestas de San Agustín se llamen de otra manera, o ya puestos, propender a quitar la Cruz de la Victoria de nuestra bandera o negarle a la Santina de Covadonga su condición de patrona de Asturias. Es el mantra de la izquierda de siempre, cuando las cosas vienen mal dadas, se agita el espantajo antirreligioso, como en la II República.

Desde mi óptica, como Presidente de FORO Avilés, quiero recordar que mi partido es profundamente democrático y constitucionalista, que cree en los valores del humanismo y del reformismo, que considera que las manifestaciones públicas de carácter religioso sólo pueden prohibirse cuando resulten contrarias al orden público pues como recoge la Declaración de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, así como para manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

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