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Deshojando la pintura

Verónica G. Ardura trae a la galería Amaga una obra con vocación figurativa inspirada en el jardín

Ahora que los pintores no pintan flores, que su lenguaje de colores ya nadie lo conoce, ahora que lo bello y lo sublime han sido sustituidos por la crueldad y el terror, ahora que lo armónico sueña con notas inarmónicas, que el amor no es una rosa roja ni sus espinas provocan un dolor de corazón, ahora que la tradición se ha roto en mil pedazos, que el ornamento nos da asco, que el vómito se volvió artístico, ahora es cuando Verónica G. Ardura (Gijón, 1976), licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, especialidad de Pintura, despliega en su última muestra, hasta el momento, una danza de flores en un jardín de intercambio.

Y es sobre la pared, en un muro de lamentaciones, donde la artista sugiere al espectador dejar una palabra y llevarse una flor pintada en un pequeño papel para iniciar un proceso simbólico que con el tiempo modificará la exposición. Pero, también, comienza un proceso de construcción colectiva y de aprendizaje de la fugacidad, al igual que sucede en la naturaleza: se abre el capullo, la flor alcanza su esplendor y pronto se marchita. Nada permanece en la sala que sea igual al día anterior, y allí donde la materia pictórica parecía resplandeciente, un campo de tonalidades rojizas, la palabra la sustituye, cambiándose conceptos por materia, un proceso vinculado al conocimiento y a la experiencia artística.

Verónica ha colaborado en el proyecto de arte y ciencia "Danza Infinita", codirigido "Transferencias" -producido por Laboral Centro de Arte- y ha expuesto en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, Argentina; en la Galería Gema Llamazares, en la Sala Borrón y en el Antiguo Instituto Jovellanos en Gijón, por citar algunas muestras. Ha sido también seleccionada en la Muestra de Artistas Plásticos del Principado de Asturias de 2011, en la que presentó "unos paisajes abstraídos -en palabras de Benjamin Weil- a base de acuarelas y tinta".

En esta ocasión, con "Aura" reúne un conjunto de trabajos en torno al jardín, pero sobre todo al hecho pictórico, un territorio de manchas con vocación figurativa, un paisajismo en el que habitar, un mapa mental que se agrupa o se expande en la pared, apagándose en la oscuridad o vibrando con la luz. En "Aura" nos encontramos con dibujos, pinturas, aspectos perfomativos, momentos, analogías, una suerte de instalación, vanitas y oropeles, la amabilidad y la mortalidad, porque todo esto son las flores, un exceso, un lujo, una voluptuosidad, una tensión no resuelta de la representación de la naturaleza, una dramatización de las formas.

Pero cuenta Bataille que el marqués de Sade, "encerrado con perturbados, hacía que le llevasen las rosas más bonitas sólo para deshojarlas y tirar los pétalos a una zanja llena de estiércol", y aunque esta imagen pueda turbarnos estamos más cerca de este abrumador efecto desquiciado que de la indigesta hermosura. Tal vez por ello en la obra de Verónica G. Ardura no aparece la flor sino la mancha que sugiere antes de su descomposición.

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