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Doctor en Historia

La aldea que dominaba a la fortaleza

Los orígenes históricos de San Martín de Laspra

Una isla de piedras rodeada por las aguas; así era la estampa del promontorio de Laspra en los tiempos más remotos, con lajas planas y cantos redondos recubriendo la superficie, tan abundantes como briznas de hierba. El mar golpeaba los acantilados dispuestos sobre los enormes arenales de la actual Salinas; las aguas penetraban tierra adentro por el corredor de La Vegona y más aguas, enturbiadas y con árboles surgiendo de los humedales, colmataban el valle donde iban a asentarse los primeros caseríos de Piedrasblancas en el siglo XVI. Un camino antiguo encumbraba la pendiente después de dejar atrás el fértil valle de Quiloño y alcanzaba, ya en las alturas, el apiñamiento de humildes moradas dispuestas a un lado de la iglesia de San Martín. Tal vez ésta sea una estampa cercana a lo que un caminante podía descubrir en Laspra durante la Edad Media si alzaba la vista o dirigía sus pasos a través del camino costero de Asturias.

De alguna manera, la Historia, como el propio mar, lamía las vertientes de aquella atalaya rocosa y de vez en cuando iba depositando en sus orillas restos de culturas que iban y venían por el mismo itinerario sin dejar nunca demasiada huella; instrumental en cantos de cuarcita tallado por los primeros pobladores de hace unos cien mil años; un soporte de fuente romana con una cabeza de medusa, modesto testimonio de una incierta presencia antigua, ensamblado en los muros del templo parroquial por unas manos anónimas; trozos y más trozos sin memoria.

Un par de asentamientos fortificados en el Peñón de Raíces y La Armada indican que a caballo entre ese oscuro mundo romano y los siglos de la España visigoda, las comunidades no sólo poblaban el paisaje circundante sino que importantes jerarquías sociales, esta vez con más encono y violencia, estaban modificando su apariencia. La potente muralla de la fortificación de Raíces, erigida entre los siglos VI-VII d.C, despuntaba como un gigantesco anillo en la inmensidad despoblada que se extendía a sus pies. Todo siempre alrededor, acariciando el promontorio, pero sin revelarse con la contundencia que nos permite reconocer un poblado estable.

Es posible que en los primeros siglos medievales, mientras los reyes de Asturias reconstruyen la vieja fortaleza de Raíces, ahora denominada castillo de Gauzón, y carradas de piedra transportadas desde las canteras retumban en la distancia, ya exista una aldea. Quizá también una iglesia, la de San Martín de Celio, que un documento del año 905, retocado en el siglo XII por el obispo Pelayo, menciona como donación de los reyes asturianos a la iglesia de San Salvador de Oviedo. Asistir desde aquella posición dominante a las pomposas obras del castillo hubo de ser un espectáculo extraordinario, pues en una paradoja que ahora nos parece tan oportuna y poética como desconcertante debió de resultar a una mente medieval, los papeles de castillo y aldea se habían invertido y si el castillo dominaba socialmente a la aldea, la aldea controlaba visualmente a la fortificación. La única pieza conservada de este período, la ventanita prerrománica ubicada en el exterior de la iglesia, no se sustrae a ese caprichoso designio de la Historia, obsesionada por abandonar vestigios en Laspra llevándose consigo todo esclarecimiento. Y si unos consideran legítimo y probado que siempre estuvo allí, otros salen al paso y recuerdan que pudo haber sido trasladada desde el mismísimo castillo de Gauzón.

El poblado avanza ahora seguro. En el siglo XIII atestiguamos la primera mención a "San Martino de Laspra", recogemos los nombres de sus primeros vecinos y de su cura párroco y asistimos a la madurez de una parroquia que en el siglo XIV también recibe la advocación de San Vicente, acaso por la existencia de un altar dedicado a este santo o por otro engaño más del pasado que espera su respuesta. Atravesamos una época de brillo. San Martín de Laspra fue, durante largos siglos, uno de los lugares más emblemáticos, significativos y políticamente destacados del concejo de Castrillón. Allí, en el cabildo de la iglesia, tuvo lugar en el verano de 1582 una de las primeras reuniones conocidas del Ayuntamiento con ocasión de unas elecciones escasamente democráticas -algunos nobles avilesinos y castrillonenses dominan el procedimiento -pero igual de azarosas que las actuales.

Si la identidad de un pueblo se construye a borbotones, por acumulación de testimonios históricos, a Laspra le restaba bien poco para redondear su indudable personalidad. Y en el siglo XVIII obtuvo la paradigmática silueta que hoy caracteriza su emplazamiento desde la lejanía. Para ello fue necesario remodelar la iglesia. Antes, uno de los primeros indianos del concejo, fray Marcos Galán, emigrado al territorio de Guatemala, ya había construido en el barrio del cabildo la capilla de San Antonio de Padua hacia 1740, una preciosa joyita arquitectónica anexa al solar del linaje, y había contribuido a renovar el ajuar litúrgico de la parroquia con diversas donaciones costeadas gracias a su fortuna americana.

Era el turno del viejo templo de San Martín. Los feligreses, según palabras del sacerdote Juan Agustín Alvargonzalez, se apretujaban unos contra otros en el santuario a causa de su pequeño tamaño. Si a ello sumamos el deseo de las propias autoridades eclesiásticas, tan caro a la mentalidad religiosa del Barroco, de que los templos manifestasen en su esplendor toda la grandeza de la divinidad, este proyecto parecía asunto de coser y cantar. No fue así; pocas veces lo era. Las rentas fluctuaban, la bonanza y la hambruna se repartían los años y el remate de las obras tendía a demorarse hasta exasperar al feligrés más resignado.

En Laspra, el proceso de obra se dilató a lo largo de varias décadas y el templo fue añadiendo las distintas partes como piezas de un mecano. Entre 1760 y 1770 se erigen los muros de la nave, las capillas de la cabecera y la sacristía y en la última de estas fechas se construye el techo. Sobreviene un dilatado período de interrupción y en 1785 se inician los trabajos de la torre, un proyecto signado por el notable arquitecto Manuel Reguera que dirige a pie de obra el cantero Roque Bernardo de Quirós. Esta construcción, una de las más distinguidas de Asturias en su estilo arquitectónico y una pieza clave del patrimonio cultural del concejo, se remataba oficialmente el 14 de noviembre de 1787. Ese 14 de noviembre, la milenaria isla de piedra, Laspra, obtenía su símbolo más representativo, el esbelto campanario que todavía hoy, casi trescientos años después, nos hace enfilar la mirada hacia el promontorio donde la Historia por fin anida.

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