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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Living Las Vegas

El paso por Avilés de una comedia dramática con toques de astracanada

"La estupidez" no engaña. Sobre la escena, la estupidez. De los hombres desnortados, de las mujeres ambiciosas, de los seres humanos sin alma. El escritor Rafael Spregelburd (Buenos Aires, Argentina, 1970) es el responsable de un texto larguísimo, verboso y recocido sobre la codicia, la pobreza y el descrédito; una comedia dramática con toques de astracanada que divirtió a ratos y fue rechazada por parte de los espectadores: las huidas sigilosas en mitad de la función fueron subrayadas cuando llegaron los diez minutos de descanso, el momento perfecto para la desconexión de la corriente eléctrica de la valla. "La estupidez" es un obra de teatro excesiva y excedida, un "tour de force" con los espectadores. Voy a volver otra vez sobre lo mismo a ver cuánto aguantas.

Hay un motel de carretera desde el que se contempla el paisaje desértico en el que los mafiosos entierran sus errores de negocio. También hay unas sillas de terraza, como aquellas en las que se sientan el borracho y la pilingui de "Leaving Las Vegas", cuando esta todavía quiere salvar al tipo que no quiere que le salven. En el motel -escena general de un capítulo de CSI, por ejemplo- se juntan una pareja de timadores, marchantes de poca monta; dos polis que se aman; una familia "normal" dispuesta a hacer saltar la banca; un sabio matemático y su hijo yonqui; un actor de medio pelo y su hermana en silla de ruedas... Lo peor y lo mejor de la sociedad que decide asomarse a la ciudad del vicio y llevar a la práctica lo peor del "american way of life"... Y lo curioso es que el texto lo escribe un argentino -el mismo que estrenó en Avilés, en Los Canapés, la comedia soñada "Lúcido"-. Salen Wichita, Míchigan... Spregelburd recorre la línea del realismo sucio y sus diálogos son perfectos, se pasa a la comedia loca y es capaz de congelar voluntades. Sucede de vez en vez, cuando los actores rompen la cuarta pared y sueltan: "No me llamo Emma Toogood, mi nombre es Antonia Acosta". Pero eso no es lo peor. Lo peor es alargar una conclusión que se ve a lo lejos y dejar a los espectadores consumidos en un túnel del que se ve, allá en la lontananza, la luz de un día espléndido.

Si el texto no es el mejor de los posibles, su dirección sí. Fernando Soto lleva la batuta de este vodevil de puertas que se abren y se cierran con precisión milimétrica. Y eso que los cinco actores tienen que interpretar a 24 personajes. Y, a veces, no tienen tiempo para ser policías y luego japoneses. Fernando Soto es el que se esfuerza en dotar de sentido a una locura que se desmelena a ratos: la discusión que es un blablablá del profesor y su discípulo... Que digo yo que las cosas se pueden decir en corto. Los sicarios bailongos son deliciosos, puramente los asesinos aquellos de Hemingway sobrepasados... No lo es tanto Susan y Susan y Susan... Soto dirige como Berlanga y eso salva al espectador. Eso y el rollo que lleva Toni Acosta sobre la escena. "La estupidez", ya digo, se presentó en Avilés y todos echamos de menos "Feelgood", la anterior producción de la misma compañía.

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