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Abogado y miembro de la directiva de AEAE Compliance

Misión, visión, valores (2): ¿qué es tener visión?

Los tres pilares en el funcionamiento empresarial

En un artículo anterior hablamos de la misión, del propósito, del fin o razón de ser de una persona o una empresa.

Hoy le toca el turno a la visión, que se refiere a la imagen que una persona, una empresa u organización tienen de sí mismas en el futuro.

Ambos conceptos -misión y visión- se confunden, no pocas veces, en tratados de "management". Y ambos juegan un papel importante en la vida personal, profesional o empresarial, tanto desde el punto de vista psicológico como organizativo.

La misión determina a dónde queremos llegar y la visión se refiere más al camino concreto que pretendemos recorrer, a la imagen -proyectada en el futuro- sobre las dificultades, momentos brillantes y diferentes hitos que iremos encontrando en el camino. Ambas -misión y visión- nos inspiran e incentivan; nos ayudan a establecer los medios y la estrategia para conseguir el fin.

Cómo aficionado a la montaña desde hace muchos años, la diferencia entre misión y visión se entiende y visualiza bien.

La misión -al menos la que quien esto escribe tiene de la montaña-, es disfrutar de la misma, ascendiendo determinada cumbre o haciendo una travesía, compartiendo momentos y sensaciones en camaradería. La visión es cómo imaginamos esa ascensión o travesía planeada, anticipando en la imaginación los momentos intensos, las imágenes soñadas, las sensaciones del propio cuerpo o las dificultades del camino.

Ambas -misión y visión- determinan la estrategia a seguir, la preparación del proyecto desde el punto de vista físico, de la ruta a elegir, o desde el punto de vista de la intendencia u organizativo. Nos animan y dan fuerzas para asumir los sacrificios necesarios.

La visión nos proyecta al futuro y nos permite rectificar el camino o incluso desistir del proyecto concreto inicialmente planeado, cambiando de rumbo o incluso de objetivo, para evitar riesgos innecesarios o no asumibles.

Recuerdo en una ocasión en que salí de Asturias con unos amigos rumbo al Pirineo con varios días por delante y varias ascensiones previstas. Atendiendo a las últimas predicciones meteorológicas -ya en ruta- cambiamos de rumbo y terminamos haciendo parte del GR-34 en Bretaña, donde pasamos unos días inolvidables. La visión o anticipación de pasar esos días encerrados en un refugio por las malas condiciones climatológicas previstas nos hizo visionar, sobre la marcha, otro proyecto manteniendo la misión: disfrutar de la naturaleza en buena compañía.

Esto nos sucede muchas veces en la vida, en la profesión, en la empresa. Saber cambiar de proyecto o de rumbo es esencial para encontrar el éxito o sobrevivir y saber diferenciar entre cuando abandonamos un proyecto por visión o por miedo o falta de constancia, es algo muy personal que requiere de una dosis grande de sinceridad con nosotros mismos.

El éxito de Carlos Soria (Ávila, 1939), experimentado alpinista, que este mayo ha coronado con 77 años el Annapurna (8.091 m) y solo le faltan el Dhaulagiri (8.167 m) y el Shisha Pangma (8.027 m) para convertirse la persona con más edad de la historia en completar los 14 ocho miles, se encuentra en la gran preparación y planificación de sus ascensiones, en su visión de las cosas y en su constancia.

En una entrevista reciente Soria confesaba: "No tengo nada de portento físico de la naturaleza, soy un tío normal con muchos problemas, dolores de espalda, dolores de rodilla... Y esto lo compenso primero haciendo una cosa que me gusta mucho y luego cuidándome todo lo posible, entrenando muchas horas y descansado muchas horas..." y además -añadiría- con una gran planificación y visión de las cosas. "Yo intento que los peligros sean los mínimos posibles. Cuando hay alguna duda me bajo, pero tan tranquilo. Nunca, y me he bajado muchas veces de las montañas, me he bajado jodido por haberlo hecho sino convencido de que era lo que tenía que hacer".

Soria está triunfando en su empeño y es un ejemplo de constancia, planificación y éxito porque ha definido con claridad su misión y tiene una visión plenamente acertada de la empresa que ha emprendido. Si no la tuviera, posiblemente a estas alturas estaría ya muerto.

En un mundo tan cambiante como el que vivimos es esencial, también para una empresa, tener visión, capacidad de predecir el futuro y de anticiparse. Por ejemplo, la clave del éxito de Apple es que, tanto Jobs como Wozniak, fueron unos visionarios. Crearon productos competitivos con el convencimiento de que encantarían a la gente. Sin embargo, Nokia, que llegó a controlar más del 40% del mercado mundial de los terminales móviles, en muy poco tiempo se vio desbancada, por falta de visión. Siete años antes de que naciese el iPhone, ya los ingenieros de Nokia habían desarrollado un teléfono táctil y una tableta, pero el CEO de Nokia de aquel entonces, Jorma Olilla, decidió que no se lanzarían al mercado. Cuando Nokia decidió reaccionar ya fue tarde; Apple y Samsung ya habían ocupado su posición en el mercado.

Tener visión no es incompatible con apostar por la tradición en un momento de cambio. Todo dependerá del sector y de la misión y de la visión de la empresa. Habrá sectores manufactureros como el del calzado que apuesten por la innovación, como el Grupo Hergar creador de los Callaghan y otros que apuesten por la calidad de sus pieles y la tradición de sus costuras como Foster and Son, uno de los zapateros más famosos del mundo, que data de 1840.

Montaña y vida tienen muchas similitudes. En la montaña se aprende mucho porque uno conoce mejor su cuerpo y su mente, comulga con la naturaleza -de la que cada vez más nos aleja este mundo urbano en el que estamos inmersos-, la cabeza se centra y se ordena y uno se siente lisa y llanamente bien.

Cada uno en la esfera personal, profesional o empresarial tiene que enfrentar su tarea como una ascensión o un trekking. Ése es el reto, siempre con visión para predecir el futuro y cambiar de rumbo si es menester, y con la constancia necesaria para volver a intentar en su caso el reto anteriormente -con buen criterio- abandonado, no olvidando nunca lo esencial, en palabras de Soria: "Hacer una cosa que nos guste mucho".

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