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Saúl Fernández

Un amor eterno de un verano

"La flaqueza del bolchevique" fue la novela con la que el novelista madrileño Lorenzo Silva se presentó en la república de las letras patrias. En 1997 estuvo a un pelo de llevarse el premio Nadal. No se lo llevó entonces (tres años después sí, pero con "El alquimista impaciente) y, sin embargo, aquella novela contribuyó a desarrollar una carrera literaria de esas buenas y superlativas pocas veces conseguida a este lado de los Pirineos. Silva escribió relatos históricos, novelas negras... Creó a dos investigadores castizos: los guardia civiles Bevilacqua y Chamorro, tipos normales sobrepasados por la muerte. En "La flaqueza del bolchevique" también hay muerte y un personaje sobrepasado. La vida es una corriente que va a dar a la mar, que es el morir. Sobre esta tragedia se sustenta el espectáculo "La flaqueza del bolchevique", que antes de anoche cerró la temporada de primavera del Niemeyer y del Palacio Valdés de Avilés, dos odeones que trabajan al alimón para traer teatro del bueno a una ciudad en los márgenes de las provincias.

"La flaqueza del bolchevique" levantó a casi dos centenares de personas que llenaron el club del centro cultural de la ría, la caja de las esencias escénicas. Los espectáculos off, los espectáculos al margen, terminarán saliendo a la plaza "abierta a los hombres y mujeres de todo el mundo".

Uno, con mirada corta, no habría imaginado un montaje teatral en la historia triste del ejecutivo idiotizado por la más que juvenil Rosana. Lorenzo Silva escribió una novela, Adolfo Fernández (actor, codirector y productor a cargo de la compañía "K Producciones") la leyó hace la tira y lo tuvo superclaro: una tragedia sobrevolaba cada una de las páginas de la confesión del "soplapollas" aburrido de ser sí mismo. David Álvarez se encargó de llevar la narración a escena y el propio Fernández y una prodigiosa Susana Abaitua la dotaron de aliento, corazón y vida. Lo mejor, por supuesto, es cuando los dos personajes dialogan: en el parque, en la piscina y otra vez en el parque? Los dos juntos transgreden la historia de amor entre el señor mayor y la niña madura. Una nínfula más elocuente que la original, la de Humbert Humbert, en el borde de la perversidad. Luz de mi vida, fuego de mis entrañas.

Álvarez, como versionista, se desmelena en el encuentro de los personajes en la puerta del colegio, en el jardín? Y eso supone dilatar la llegada del encuentro entre los dos amantes. La narrativa no siempre es dramática. Lo que sí que lo es -y todos lo vieron- es el canto desafinado del cínico que busca la redención de sí mismo a partir del amor por la mujer que será Rosana, esa luz de sus ojos cuya historia alcanza la desgracia. Porque los cuentos de final feliz son cuentos de hadas y tanto Silva como Álvarez o Fernández lo que quieren es contar una historia de miedo, una verdad herida. Fernández, además, lo hace con la delicia del pecador celebrado. Queremos a Adolfo Fernández sobre todas las cosas. "No he sido impío. He deseado la luz de tus ángeles, la rocé y al final la malogré", dice el narrador al concluir la novela que es una confesión. El amor eterno dura un verano. Y no encuentra redención.

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