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Escritor

Españoles en París

La proliferación de apellidos patrios en la política y el sindicalismo francés desmonta el presunto chovinismo del país vecino

Un día de estos me levante de buen humor y llegué a la conclusión de que estoy convirtiéndome en un extraterrestre. Lo pensaba mientras tomaba café y veía, en la tele, un resumen de la que hay liada en Paris a cuenta de la reforma laboral. Un mundo que conozco y en el que estuve hasta hace poco. Ahora mi mundo es otro, pero no por ello puedo evitar el escalofrío cuando veo las calles por las que tantas veces he transitado. Fueron casi veinte años yendo a París, al menos una semana cada dos meses. Por eso aquellas imágenes me hicieron volver a los recuerdos y al filósofo Luc Ferry, que dice que nuestro pasado pertenece al yo que ya no existe.

La nostalgia siempre nos pilla desprevenidos. Y duele. Duele lo suyo por más que digan que es sana y sirve para vernos tal como somos. En mi caso, ya lo dije, como un extraterrestre. Cada vez entiendo menos que quienes viven en el mundo donde yo he vivido tengan menos derechos y salarios más bajos. De todas formas, ver el Boulevard Beaumarchais tomado, de nuevo, por los obreros me llevó a una manifestación que viví allí, hace años, y al día en que me presentaron a Ana Hidalgo, entonces inspectora de Trabajo y, ahora, alcaldesa de París.

Un compañero francés propició aquel encuentro. Voy a presentarte a una inspectora de Trabajo, muy maja, que es compatriota tuya. Ya ven que cosas, aquella emigrante española es, ahora, alcaldesa de París. También es español el Primer Ministro francés, Manuel Valls. Y, por si fuera poco, su oponente Martínez, símbolo de la lucha contra esa reforma laboral que los franceses llaman "a la española", nació en Francia, pero es hijo de Manuel y Jovita, un matrimonio de Reinosa.

La realidad viene a ser como un sueño en el que estamos todos y todo se relaciona para darle sentido, aunque no sepamos cual. La reforma laboral que tratan de imponer en Francia es una copia de la española y quienes están en el ajo, tres de los principales actores de la escena política francesa, son españoles o hijos de españoles. La alcaldesa de París, Ana Hidalgo, nació en Cádiz,; el Primer Ministro francés, Manuel Valls, en Barcelona; y Philippe Martínez, secretario general del poderoso sindicato CGT, nació en Francia pero sus padres son de Cantabria. Los tres tienen en común su procedencia española y su ideología de izquierdas. Coincidencia que cualquiera puede estar tentado a explicar diciendo que en una sociedad democrática es lógico que prevalezca el pluralismo y la facultad de aceptar las diferentes culturas, ideología y procedencia de quienes la forman. Teóricamente, la explicación es de libro, pero cabe preguntarse si aquí, en España, sería posible una situación así. Es decir, que el Presidente del Gobierno, la alcaldesa de Madrid y el secretario general de la UGT o CC OO fueran extranjeros. Por ejemplo, franceses. Hoy por hoy parece impensable. Impensable aquí y, por lo visto, también en Londres, donde dentro de cinco días votarán en referendum si ha de prevalecer el prejuicio a lo extranjero, aún al precio de un grave perjuicio para el país. La paradoja es curiosa. Acusamos a los franceses de chovinistas, pero ya quisiera el resto de Europa haber superado el nacionalismo neurótico. Ser así de civilizados y aceptar lo que viene de donde venga como lo aceptan en París.

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