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Crítica / Cine

Naturaleza muerta

Peter Strickland acerca al Niemeyer su visión particular sobre el sadomasoquismo

Secuencia inicial: una mujer recorre en bicicleta las verdes vías de un bosque. Planos detalle intercalados de larvas retorciéndose libres en la tierra húmeda. Fin de créditos. La mujer llega a su destino, una casa cubierta por la hiedra en cualquier villa rural británica; allí otra mujer la espera y le ordena limpiar el salón. Nuevos insertos sobre la acción principal, esta vez las larvas se han transformado en mariposas solo para ser disecadas y expuestas en vitrinas: el libre albedrío transformado en sometimiento, la lujuria de la vida encapsulada en cubículos de cristal.

Apenas han pasado cinco minutos del comienzo de "The Duke of Burgundy" y ya su director, Peter Strickland (Reading, Reino Unido 1973), ha plasmado en imágenes, a través de esa metáfora visual, la idea principal de su película: la elección entre la independencia y la opresión, entre las pulsiones opuestas de vida y muerte. Esa pulsión que lleva a su protagonista, Evelyn, a establecer un juego de poder con su autoproclamada ama, la dominante Cynthia. Pero ¿quién es realmente la sometida?¿quién la que marca las reglas del juego?

No parece casual que sea, precisamente, en sociedades tradicionalmente educadas en la disciplina y en la imposición (Reino Unido, Japón, Alemania) donde el cine, imitando a la vida, haya reflejado más historias sobre relaciones de carácter sádico. Es una tendencia obvia reproducir, en nuestro entorno personal, los valores que se transmiten culturalmente en nuestro ámbito global, crear pequeños microcosmos de ese gran universo social al que llamamos "carácter nacional". En ese sentido podríamos decir que "The Duke of Burgundy" es, sólo puede ser, un film británico. No por plasmar en la pantalla esa ya mencionada querencia "brit" al sadomasoquismo, que también, sino por sus obvias elecciones estéticas o su frialdad a la hora de mostrar las relaciones sexuales.

Casi al mismo tiempo que en la mucho más carnal Francia "La vida de Adele" celebraba el sexo como el culmen de la experiencia vital, difundiendo sus delirios en gozoso primer plano, aquí, en la otoñal Gran Bretaña, Strickland rueda la pasión como un esteta, alejado de la acción, como si su cámara estuviera al otro lado de una puerta de cristal biselado. De nuevo el vidrio se significa, como en las alevillas de los títulos de crédito, en barrera de lo sintiente, convirtiéndonos a nosotros, espectadores, en observadores de una naturaleza muerta, en voyeurs de mujeres/mariposas atravesadas por el alfiler del embalsamador. Sí, hay cierta crueldad en contemplar las bellas imágenes de "The Duke of Burgundy" y, al igual que en un mariposario, resulta imposible no sentir cierta piedad por las criaturas allí expuestas: tan hermosas, tan muertas, tan frías y solitarias.

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