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Rucha

Fiesta del pueblo

Cierro los ojos y aún es de noche. Un firmamento inmenso es lo que veo. La Osa Mayor, la Lira, Casiopea, el Dragón, lágrimas de san Lorenzo. Suena gente a lo lejos y estallan los petardos. Hace bochorno. Por eso los mosquitos rondan la luz y mi abuelo comenta que hoy ya no llueve, que en la verbena está asegurado el tiempo. La casa de los abuelos huele a humildad y, como los paraísos, es grande y fresca, con paredes de muro y amplias ventanas y un corredor con bancos y algunos tiestos. Y desde allí miramos la faz de Manzaneda, donde Hilde, mi tía, trabaja para el médico. Cuando llega la fiesta, nos reunimos, con toda la familia, en este caserón, primos y hermanos, tíos y nueras, padres y yernos. Y parece otro el mundo y otra la vida. Todo es como distinto, como fuera de mí, imaginario y nuevo.

Jesusa, que es mi abuela, es fuerte y noble, con el pelo muy blanco, casi brillante, y vestida, de siempre, toda de negro. Desde que se levanta y pone un mandil de alivio, no deja de hacer cosas en la cocina ni de mover las ollas ni de atizar el fuego, sea invierno o verano, porque -razón en lo que afirma- comer comemos todos el año entero. Guisa carne exquisita, con cebolla y guisantes y patatas recién sacadas de nuestro huerto. No hay nadie que no diga lo buena que es Jesusa, la paciencia en persona, con tantos hijos vivos -siete claveles- y cuatro muertos.

Adolfo la Garita. Ese es mi abuelo. Un tratante de vacas, delgado y abstraído y más calvo que un huevo. Con ojos muy hundidos y un gesto de tristeza, habla bajo y sin prisa y no se aburre. Le acompaño a por agua, que en el cuarto de baño nunca pueden faltar dos calderos bien llenos. Duermo con él la siesta y, aunque ronca a menudo, me encantan sus leyendas de fantasmas y duendes, sus historias de miedo. Espero todo el año que lleguen estas fechas. Jamás olvidaré el campo con las tómbolas y el cerco de bombillas y el tiovivo girando como con gesto de universo. Jamás estas canciones, la del abuelo Víctor y la planta 14 de aquel pozo minero. Pero aunque sea la fiesta, un gusano me roe, no sé por qué ni dónde. No sé explicarlo bien, soy muy pequeño. Y aunque estemos de fiesta mi madre llora a veces, hablando con mi abuela, al venir de la fuente o del lavadero.

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