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Saúl Fernández

El nirvana del "Kijote"

El actor Nelliyodu Vasudevan Namboodiri es un tipo delgado, espigado y con barba de guerrero medieval. Tiene 76 años y medio siglo de profesión escénica. Es una estrella del teatro "katahakali" y es natural: es capaz de repartir sabiduría con sólo mover los brazos, pasos de baile que desbrozan el camino de perfección y la felicidad y todo. En "Kijote Kathakali", el espectáculo que antes de anoche abrió en el Centro Niemeyer las tradicionales Jornadas de Agosto de Avilés, el veterano actor indio interpreta a Alonso Quijano, el caballero cervantino que salió por La Mancha y cambió la playa de Barcino para alcanzar las de Kerala con el objetivo de tocar el cielo de los cristianos con las manos o el nirvana de los hindúes en toda su grandeza.

Nelliyodu Vasudevan Namboodiri es el hilo narrativo de un espectáculo que asombró en Almagro la semana pasada, que repitió fiesta en Valladolid y que el viernes pasado alucinó en Avilés. Desde ayer mismo está en Madrid: el caballero de la Triste Figura nació para buscar el incremento de toda la vida del mundo y su tragedia; ya lo dijo Miguel de Unamuno, es que la alcanzó cuando le quedaba nada para despedirse de la Tierra.

Nunca había visto un espectáculo "kathakali" y ahora los quiero ver todos. Se trata de un género escénico que vive en paralelo a los misterios medievales y, a la vez, al teatro griego anterior a Aristóteles. Es teatro religioso, fiesta de guardar y es también sabiduría, paz y sorpresa. El repertorio "kathakali" supera por un pelo el centenar de textos dramáticos. Casi todos se centran en las leyendas sánscritas que son la base cultural de uno de los países más gigantes del planeta. Se cuentan una y otra vez epopeyas como el "Ramayana" o el "Mahabharata"? y así desde hace cuatro siglos, cuando se sistematizó una tradición tan antigua como la que estudió Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo.

El teatro siempre ha servido para explicar el mundo y el mundo del "kathakali" hasta hace no mucho se reducía a las fiestas santas, a los templos a la orilla del mar. Pero el "Kijote Kathakali" da una vuelta a la tradición: no se representa la vida de un santo (claro, si no prestamos atención a Unamuno, que vio en el caballero manchego la viva encarnación de Cristo), se acude a una tradición que es occidental y, además, se hace sobre escenarios que están a kilómetros de distancia de las puertas del cielo. Todas estas novedades -y las que aportó el "Rey Lear" en versión "kathakali"- han llegado para quedarse. Y se tienen que quedar.

El espectáculo de antes de anoche pocas veces se podrá repetir: pocas veces un espectador tan alejado de Kerala podrá comprender la intrincada lengua mayalaman. Da igual no distinguir las sílabas pronunciadas por los dos músicos-narradores de la historia? cada nota emitida por los intérpretes subrayaba cada gesto de cada uno de los ocho actores encargados de elevar los sueños de Alonso Quijano a realidades conectadas.

La lengua en el "kathakali" no transmite el mensaje: lo hace la percusión, lo hacen los pasos de baile, los gestos sobre la escena. Tiene mucho de ballet clásico y también mucho de cine mudo. Los arquetipos que crea y que presentaron son de comprensión universal. Margi Vijayan es Sancho Panza, pero bien pudiera haber sido el protagonista de una película de Mack Sennett. Los gestos son fundamentales para creer que existe el miedo a los leones encontrados camino de Barcelona. Pero también para vivir la admiración por Dulcinea o para morir y disfrutar del Nirvana.

El "Kijote Kathakali" está escrito al alimón entre Ignacio García y P. Venugopalan -un autor español y otro indio-. La combinación de ambos autores consigue elevar a realidad la espectacular metamorfosis de Alonso Quijano en Don Kijote, como si fuera un dios antiguo. El actor Nelliyodu Vasudevan Namboodiri (Quijano) cede protagonismo, bajo una banda sonora nerviosa, a Kalanmadam Pradeepu (Don Kijote): bajo una máscara de pureza verde, una escultura de un templo revivida. Todo para recorrer el camino de perfección. Y cuando llega a la meta, el espectador respira con profundidad. El nirvana puede estar a la vuelta de la esquina.

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