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Saúl Fernández

Lola Herrera en el país de Nunca Jamás

Lola Herrera es poderosa. En "La velocidad del otoño" también. Es natural. Lleva en el negocio de la interpretación más de medio siglo. Y eso siempre es una satisfacción de primera envergadura. Medio siglo sobre la escena es una cima que sólo alcanzan los que saben administrar el talento. Y en eso Lola Herrera es experta. Recordaba en la recepción que le concedió el Ayuntamiento de Avilés esta semana que había conocido el teatro Palacio Valdés mucho antes de que cerrara por primera vez (fue en 1972). Recordaba a Pipo Carreño, que fue un tipo que quedó grabado en la memoria de medio Avilés: escenógrafo, pintor, caricaturista; vivía a dos pasos del odeón local (cuando todavía era joya privada). Y en la nueva vida del coliseo no hace otra cosa que trabajar sobre sus tablas; ella, que las tiene todas. El viernes pasado fue por primera vez Alejandra, la protagonista de "La velocidad del otoño", la madre vieja que quiere mantener su independiencia vital en los últimos días de una vida apasionada que la había conducido por medio mundo, a lomos de los lienzos que siempre había pintado... Pero las cosas ya no son como entonces. "A esto se llama envejecer", explica con las manos tendidas al aire a preguntas de su hijo Cristóbal (Juanjo Artero) que tiene la encomienda de hacerla razonar: que está mayor, que lo mejor es la retirada a tiempo...

"La velocidad del otoño" se presenta como comedia que transmuta en tragedia diferida a ritmo clásico... Lola Herrera -Alejandra- conquista el país de Nunca Jamás, que se abre de par en par como en una pura fantasía. Y aquí el teatro se cae en aplausos. Magüi Mira conduce la comedia hacia los versos más tristes esta noche. Y conmueve al respetable: que la vida es el paso melancólico y que todos conocen el final es irrenunciable.

El diálogo madre e hijo pasa del realismo a la ficción y de allí a la ternura. Y todo bajo una escenografía sincrética que deja a la imaginación de los espectadores su verdadera interpretación. Lo único cierto es un tresillo decimonónico de color rojo, como rojo era el vestuario de Lola Herrera, que es el color de la pasión y también de la sangre...

La versión de la comedia de Eric Coble es de Bernabé Rico, que fue el productor, en su momento de "El pez gordo" o "Razas" y "Muñeca de porcelana", estas dos, de David Mamet. La traslación de la historia de Alejandra -americana cien por ciento- al ritmo español se queda a mitad de camino. Los hijos mayores -Paula y Miguel- esperan en el jardín de una casa con árbol a que -Cristóbal- consiga convencer a su madre de que debe dejar su imperativo categórico de que sigue siendo la misma mujer que viajó a Brasil detrás del amor, vale, aunque con achaques... Por otro lado, quedan desubicadas las menciones a los viajes a las reservas indias... Lo que no queda nada fuera de lugar son los diálogos de la madre y su hijo. Pura vida, pura desmemoria.

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