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Ventanal

Fiesta electoral de invierno

El acuerdo entre Mariano Rajoy y Albert Rivera y el bloqueo político

Una luz en el túnel. El disparate de ocho meses con un Gobierno en funciones y el ya inevitable de un año perdido, puede haber iniciado el desbloqueo final. El acuerdo Rajoy-Rivera y su continuidad en la negociación significa un punto de inflexión contra el bloqueo como política dominante.

Sería mucho decir que, por fin, hemos entrado en la cultura de la negociación y el pacto, habituales en las democracias desarrolladas, pero habría que retroceder a los escenarios de la Transición para encontrar precedentes.

A la presión de la sociedad civil, exigiendo el fin de tanto desvarío político, se debe que hayan aflorado principios de sentido común y algunas dosis de patriotismo. Tanto Rajoy como Rivera se han apoyado en esa argumentación para llegar a un cierto consenso del que sigue ausente Pedro Sánchez. No se merecen un premio porque podrían haberlo conseguido mucho antes, evitándonos provisionalidad y urnas. Sería una estupidez echar las campanas al vuelo e igualmente improcedente elevar a los dos protagonistas a la categoría de "políticos ilustres", cuando por el contrario han evidenciado, en diferentes grados, su mediocridad, tactismo y la falta de estatura adecuada para estos tiempos difíciles.

Parece que hay bastante tomadura de pelo al pueblo soberano en esta ceremonia que puede ser aún más irritante si, al final, con la intervención de Pedro Sánchez, nos imponen las terceras elecciones generales el 25 de diciembre para transformar ese día, especial en los últimos 21 siglos, en "Fiesta Electoral de Invierno". Todo es posible.

Con 170 votos, los propios del PP más los 32 de Ciudadanos y el probable de Coalición Canaria, Mariano Rajoy no tiene garantizada la investidura, pero sí habrá inclinado a su favor la balanza de la opinión pública. Todo puede acabar en frustración si Pedro Sánchez no mueve ficha y se mantiene en su postura obstruccionista, que ha motivado que se gane el calificativo de "político destructivo", otorgado por la prensa internacional y el de "mister No", asignado por algunos canales de televisión.

En estas apreciaciones peyorativas resalta también un juicio de mayor cuantía. Sus reiterados pronunciamientos de veto sectario se vuelven contra su propia afirmación de ser transmisor de la opinión ciudadana. A nadie se representa cuando se paraliza un país en las penosas circunstancias actuales. Quien así actúa no representa más que sus propios intereses, su torpe mediocridad política e intelectual.

Recientemente, García Cortázar escribió en relación a los que se dicen representantes de la soberanía nacional, diputados incluidos: "Hartos de todos ellos, de todos, está un porcentaje de españoles lo bastante alto como para ganar unas elecciones si pudiera formar candidatura la masa de sentido común y conciencia responsable que anida en el conjunta de esta ciudadanía de buenas personas, maltratadas por quienes tienen la insolencia de hablar en su nombre".

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