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Doctor en Ciencias Políticas y Sociología

La voracidad del Estado

Las políticas impositivas que castigan la expansión empresarial

Las promesas de disminuir los impuestos a las clases medias y de subírselos solo a "los ricos" y a las grandes empresas, oculta, por parte de los partidos políticos (de todos los partidos políticos, sin excepción) una enorme falacia y una grave amenaza a la buena salud de la economía, si se cumple dicha promesa. Ésta no es otra cosa que un simple eslogan demagógico, generalmente muy bien acogido por el ciudadano votante, sobre todo el de las clases más desfavorecidas, a las que gusta mucho la idea de que sean los más ricos los que lo paguen prácticamente todo, sin darse cuenta de que no es el Estado el que crea la riqueza, sino precisamente esos a quienes se quiere castigar con impuestos que, muchas veces, son excesivos, confiscatorios y esterilizadores de la iniciativa empresarial.

El Estado que cada vez es más interventor y recaudador, sabe perfectamente que la riqueza se crea gracias a las empresas y a los ricos y que, de sus actividades, nacen nuevas fuentes de riqueza. Así lo estableció claramente en su día Adam Smith y sus teorías resultaron ser ciertas, pues aunque los "progresistas" de hoy renieguen del liberalismo, ha de reconocerse que precisamente de la mano del denostado liberalismo vino el desarrollo industrial, la revolución tecnológica y la "Riqueza de las Naciones".

Más aún, la propia democracia es fruto del libre mercado y del capitalismo, y no al revés, como se empeñan en hacernos creer mentirosas propagandas izquierdistas, cuya puesta en práctica generó la mayor oleada de pobreza que padeció el mundo, desde la Revolución de 1917 hasta la caída del muro de Berlín. Y esto es así, quiérase o no se quiera reconocer.

También el reproche continuado de que la sociedad capitalista es esclavizadora de los pobres me parece que resulta muy poco consistente y, para demostrarlo, no tenemos más que ver que en todos los países en que reina la miseria, como en la vecina África, las multitudes emigran, poniendo incluso su vida en peligro, hacia donde el capitalismo es pujante, y parece que no les ofrece la esclavitud, sino una mejor oportunidad para salir del estado miserable en el que viven.

Los propios españoles somos un ejemplo anterior en el tiempo para los africanos de hoy y merece la pena que lo recordemos:

Cuando las clases medias y pobres de una España arruinada por la Guerra de la Independencia, las posteriores Guerras Carlistas y las inestabilidades políticas y económicas del siglo XIX buscaron una salida a su precaria situación, emigraron masivamente a las ricas y capitalistas repúblicas sudamericanas, e incluso y a pesar de desconocer el inglés, también lo hicieron a los ahora tan odiados Estados Unidos, donde se crearon fortunas que, después del desastre del 98, se repatriaron y sirvieron para reponer nuestra hundida economía. Así se crearon empresas como la Compañía Telefónica Nacional, el Banco Hispano Americano, El Corte Inglés o Galerías Preciados; y las primeras empresas productoras de electricidad, como Hidroeléctrica Española (1907) y también multitud de pequeños negocios que contribuyeron al bienestar económico de nuestra patria.

Y, más recientemente, tras la cruel posguerra, y ya en los años cuarenta y cinco y siguientes, fueron muchos los españoles que se marcharon a reponer su desastrosa situación económica a países tan capitalistas como Alemania Occidental o Suiza. Desde luego, no conozco ninguno que se fuera a los paraísos soviéticos tras el Telón de Acero.

Y miren ustedes por donde, ahora que tantos países sudamericanos están pasándolo muy mal, sus ciudadanos vuelven sus ojos a la nuevamente próspera Madre Patria, para reponerse de los desastres de sus "revoluciones liberadoras de los humildes".

Los ricos generan riqueza, las grandes empresas pagan dividendos y ese dinero sirve, a su vez, para crear nuevos negocios, porque no está guardado en cajas fuertes o bajo los colchones, sino invertido en valores, circulando y sirviendo de instrumento financiero, tanto a empresas como a particulares que acuden al banco a solicitar préstamos que, a su vez, vuelven a generar más riqueza y más consumo. Por eso, castigar sin mesura a los que crean riqueza con impuestos tan injustos como un 52% en la renta o la incalificable confiscación sobre herencias y patrimonio, es desmotivar el ahorro, el estímulo del legítimo progreso personal y, sobre todo, anular el espíritu emprendedor.

Ello implica la deslocalización de las grandes empresas, así como la huida de los grandes capitales, porque no deben olvidar, ni los políticos ni la "progresía" que si existen paraísos fiscales, es porque también hay infiernos fiscales.

Y esto es malo para todos, lo que no quiere decir que una fiscalidad justa no sea imprescindible para evitar desmanes y corrupciones. Pero hay algo que no he visto nunca en el Estado Interventor que padecemos, que es controlarse a sí mismo, cosa que empezaría por disminuir drásticamente su enorme tamaño y establecer una austeridad ejemplar en los sueldos de los políticos y en las prebendas desmesuradas de que disfrutan, así como en la supresión de una gigantesca e ineficiente burocracia, creada innecesariamente para colocar clientela política, todo lo cual propicia hacer recortes en las políticas sociales, en vez de recortar sus propios despilfarros, tales como las Autonomías, por poner solo un ejemplo sangrante, aunque podríamos poner muchos más, haciendo interminable este artículo.

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