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Doctor en Historia

Las inscripciones perdidas del castillo de Gauzón

Análisis de los datos conocidos sobre el autor de la "Historia silense"

Del autor de la "Historia silense" lo desconocemos prácticamente todo acerca de su identidad, pero hay algunos detalles más claros que inciden directamente en el asunto que nos ocupa. Sabemos que vivió entre la segunda mitad del siglo XI y los inicios del XII y que conocía muy bien la geografía leonesa y asturiana, por lo que es muy probable que se desplazase por estos territorios, asistiendo a acontecimientos que acaba incluyendo en su relato y visitando los lugares mencionados. Por otra parte, la crónica que llega a nuestros días es un trabajo deslavazado en el que se observan copias de otras fuentes. Esto ha hecho suponer que, en realidad, se trataría de una primera recopilación de noticias destinadas a una redacción posterior que no llegó a concluirse, el equivalente a los apuntes que hoy tomaría un investigador en su cuaderno de notas para después emplearlos en un libro.

Ambos datos son relevantes. El autor pudo haber conocido el castillo de Gauzón, recorriendo paso a paso su interior y recopilando o memorizando las inscripciones monumentales que allí pudo ver. Lo cierto es que el párrafo dedicado al castillo contiene numerosas expresiones en común con otros testimonios epigráficos, como la lápida de la fortaleza de Oviedo conservada en el transepto de la catedral de San Salvador. Esto no sólo hace sospechar en la factura de epígrafes de diseño análogo destinados a los baluartes que Alfonso III construye o reforma en las últimas décadas del siglo IX, sino que sugiere que el autor de la Silense reprodujo casi literalmente partes completas del epígrafe de Gauzón. En su texto altera el orden y los tiempos verbales o añade acotaciones con el fin de adaptarlo al estilo cronístico (como un evidente "timebat enim").

Mediante los fragmentos rescatados podemos recomponer parcialmente el contenido de aquella inscripción. Es posible que comenzase con una invocación religiosa y continuase con la mención a Alfonso III, Jimena - y acaso su prole- como promotores de las obras. A renglón seguido, vendría la parte que hemos conservado con las variantes introducidas por el autor de la Silense: "A fin de que ningún lugar religioso se viese desprovisto de sus dones, para la defensa de San Salvador ovetense, construyó en las partes marítimas de Asturias el recinto fortificado de Gauzón con una obra admirable y fuerte: temía en efecto que los enemigos alcanzasen el lugar santo en barco".

Esto permite conocer la procedencia de la mención histórica más famosa del castillo, repetida desde entonces por numerosos autores, y aporta un caudal de noticias esenciales. Por un lado, concede veracidad al protagonismo de Alfonso III en las reformas monumentales de la fortaleza. Por otra parte, deja claro que el castillo de Gauzón se consideró oficialmente como un baluarte avanzado de la sede regia ovetense y su iglesia, lo que explicaría, asimismo, que se otorgase al templo de Gauzón la misma advocación de San Salvador. Al mismo tiempo, corrobora la función del castillo como enclave de defensa costera y de control de la navegación en unos momentos de inseguridad latente. Y su propia factura indica que el rey juzgó sus reformas en Gauzón como un proyecto personal de gran prestigio, la plasmación de su gloria, un aprecio que rubricaría la elaboración de la Cruz de la Victoria en su interior. El autor de la Silense no estaba emitiendo una opinión personal basada en fuentes posteriores a los hechos, sino que repetía las palabras inscritas por los epigrafistas del monarca asturiano varios siglos atrás.

A partir de autores como el obispo Pelayo o Fortunato de Selgas sabemos que estas inscripciones se localizaban sobre la puerta de los castillos, un lugar clave en la circulación de personas e idóneo, por lo tanto, para exhibir la propaganda regia. Es lógico deducir que en el castillo de Gauzón este epígrafe pudo situarse en la gran construcción que hemos denominado "puerta monumental", flanqueado por las dos enormes torres y acompañado seguramente de los mejores elementos arquitectónicos y escultóricos. Cabe preguntarse incluso si Alfonso III no intervino en las obras de esta puerta magna. Y no sería descabellado suponer que se incluyese una cruz de brazos desiguales como en otros epígrafes.

Hay apuntes de una segunda inscripción en su crónica. Inmediatamente después incluye la primera información sobre la mencionada iglesia de San Salvador de la fortaleza, con un retrato que emplea léxico común a las crónicas asturianas del siglo IX y que concluye con el nombre de los obispos presentes en la ceremonia de consagración, algo propio de los epígrafes monumentales de las iglesias prerrománicas. De hecho, se asemeja a la inscripción consecratoria de San Salvador de Valdediós, realizada en tiempos del mismo Alfonso III, por lo que es lícito suponer que el cronista, en su recorrido por las estancias de la fortaleza, penetrase en el templo y contemplase un rótulo parecido.

Ignoramos los motivos que condujeron al autor de la Silense hasta el castillo de Gauzón. Quizá decidió desplazarse desde la antigua capital regia en el curso de algún acto oficial. Quizá leyó la inscripción de la Cruz de la Victoria y quiso recabar datos sobre el lugar donde se había elaborado. Son planteamientos a los que no podemos responder. Pero resulta muy expresivo que concluya esta parte con una alusión a la propia Cruz. Nuestro historiador estaba resumiendo los testimonios recolectados sobre Gauzón, una afortunada manera de resguardar joyas epigráficas que se integran en el selecto catálogo prerrománico.

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