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El paso del trapero

Pintar

La evolución de este tipo de creación artística a lo largo del tiempo

Pensar en la pintura, en lo pictórico, reflexionaba recientemente David Barro, es asumir que la pintura se desarrolla más como proceso que como categoría autónoma. Su muerte, tantas veces anunciada, la llevó a los límites, a los márgenes, a replegarse sobre sí misma o a expandirse en diversas fórmulas de hibridación, subsistiendo más como posibilidad que como realidad. Y, si Malévich pintó en 1918 su "Blanco sobre blanco" llegando a un grado cero del que era difícil de salir, Douglas Crimp la sentenció en la primavera de 1981 anunciando su final, la abolición del código de la pintura. Pero Chechu Álava (Piedras Blancas, 1973) y su hermano Juan Fernández (Piedras Blancas, 1978) fueron invitados por la galería Espacio Líquido a pintar el mismo cuadro, la "Venus de Urbino" realizada por Tiziano en el año 1538.

En esta obra, una joven desnuda consciente de su belleza, con la mano izquierda sobre el pubis, reclinada sobre una sabanas blancas, nos mira desafiante. Aunque heredera de la Venus de Giorgione, el pintor veneciano se aleja de los cánones renacentistas y abraza la voluptuosidad. Pocos años después, Tintoretto, coetáneo de Tiziano, protagonizaba el paso del Renacimiento italiano al Manierismo.

El libro de Jean Paul Sartre "El secuestrado de Venecia" relata esta historia de final de etapa y ha servido para poner título -"Permanecer mudo o mentir"- a la exposición que actualmente se puede ver en el MUSAC de Darío Corbeira (Madrid, 1948), una de cuyas obras recrea "La Crucifixión" (1565) de Tintoretto mediante un enorme panel de madera laminada con las medidas del cuadro original y en su borde inferior en una sola línea, el texto: "La Crucifixión. A partir de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, d´après Jean- Paul Sartre, da Jacopo Robusti Tintoretto Crocifissione, 1565, óleo sobre tela, 536 x 1224 cts. Venecia, Scuola".

Dos formas diferentes de enfrentarse a la tradición pictórica, si bien y a pesar de la distancia conceptual que los separa, tanto la obra de Chechu como la de Corbeira tiene que ver más con los finales que con los principios, más con lo difuso y el paso del tiempo que con la claridad del instante, aunque el artista madrileño sea consciente de la imposibilidad actual de "hacer pintura". Al contrario que Juan Fernández, un creyente en la ortodoxia pictórica que, todavía, espera encontrar territorios de luz, intersticios clásicos, dejando que la pintura aflore desmedida, con autonomía, como si no hubieran pasado los años y no se hubiesen desplomado todos los asideros que la sostenían. Sin embargo, su hermana se ha dejado atrapar por la historia de la pintura y apenas sale de esos limites, convirtiéndose en una "médium", en una mediadora entre las voces pictóricas del pasado y un presente que apenas las escucha, rodeado de pantallas y de ruidos. Consciente de su inutilidad, de que ya no es referente ni punto de partida, revuelve en las historias y pinta a los muertos envueltos en una luz inmaterial, en una atmósfera fantasmagórica, en una mancha decadente.

Tiziano muere en agosto de 1576, mientras en Venecia arreciaba la peste y se vislumbraba el esplendor del Barroco. Todo se acaba, aunque Chechu Álava tras casi dos años vuelve a pintar tan bien como siempre.

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