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Vita brevis

El calendario

Momentos de la historia para entender el presente

Hubo un año en que las gentes se acostaron en la anochecida del jueves 4 de octubre y, cuando se despertaron por la mañana del viernes, era el 15 de octubre. Esto les ocurrió a los españoles, a los portugueses, que entonces también eran españoles, y a los italianos, aunque los del Milanesado y todos los de Nápoles para abajo, incluida Sicilia, eran asimismo españoles. Fue la noche más larga de España, cuando en su imperio nunca se ponía el sol. Ocurrió en el año 1582, hace ahora la bonita cifra capicúa de 434 años.

Por aquellos tiempos España era envidiada e imitada, como ahora los americanos y siempre lo son todos los imperios. Era el país más poderoso y rico, pero no sólo en oro y plata, sino también en artes, ciencia e investigación. A muchos les vendrá a la memoria el llamado Siglo de Oro, con que normalmente se conoce a aquella pléyade de grandes artistas y escritores, desde Berruguete a Velázquez y Carreño Miranda, desde Juan Luis Vives a Calderón de la Barca. Pero aquella época dorada, que duró bastante más de un siglo, produjo también grandes filósofos, juristas, matemáticos, geógrafos, economistas, físicos, médicos, botánicos y pioneros en otras muchas disciplinas científicas y técnicas. Sería muy largo y tedioso relacionar algunas de tan grandes eminencias, la mayoría de ellas bastante desconocidas para el común y muchas desgraciadamente olvidadas hasta por las elites patrias. Permítanme una sola referencia a un tocayo mío, Francisco Sánchez el Escéptico, que sentó las bases del racionalismo, al que posteriormente Descartes leyó y más o menos copió su método, pero fue este quien se llevó los laureles. Qué se va a hacer.

El caso es que las universidades españolas estaban a la cabeza de los centros de estudio del mundo civilizado, no como ahora que andan por los arrabales. A principios del siglo XVI los estudiosos de la Escuela de Salamanca ya habían advertido de que el calendario que se utilizaba, que era el romano que impuso Julio César, estaba desfasado. Aquellos señores de toga y birrete habían calculado que la traslación de la Tierra alrededor del Sol no coincide con una cantidad de días de rotación de la Tierra sobre su eje. Existe un desfase de 11 minutos al año. Me dirán que eso es una mierda despreciable, pero aquellos sabios se percataron de que, desde que se adoptó el calendario juliano hasta su época, se había producido un desfase acumulado de nada menos que 10 días. Si la cosa continuaba así, llegaría un momento en que la primavera entraría por Navidad. Aquello a sus coetáneos les debió soñar a chino, así que de primeras nadie les hizo ni puñetero caso.

Un jurista boloñés, llamado Ugo Buoncompagni, fue nombrado delegado papal en España. Aquí se granjeó la amistad de Felipe II, que le valió de mucho cuando falleció Pío V, pues por su influencia los cardenales en un solo día le eligieron papa, con el nombre de Gregorio XIII. Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Su nombre pasaría a la historia, porque fue él quien aceptó la recomendación de los de Salamanca para reformar el calendario y ajustarlo para superar el desfase y, además, establecer las reglas para que no volviera a producirse en la medida de lo posible.

En el año 1582 los españoles se quedaron sin 10 días en octubre gracias a la introducción del calendario gregoriano, que otros países irían adoptando en años posteriores. Los países protestantes, que tanta fama tienen de avanzados, no se pondrían al día hasta más de un siglo después. Los rusos lo harían después de la Revolución de Octubre, que fue en noviembre. Al final, todos tendrían su noche más larga.

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