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Sobre la alegría

Respecto a los premios "Princesa de Asturias"

Cuando el Rey todavía no era rey, venía todos los años a la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, que era cosa que le correspondía por el título. Ahora que los premios no van de príncipes, sino de princesas, sigue viniendo don Felipe, que ya es el sexto rey de su nombre, contando Austrias y Borbones. Ye que la Princesa de Asturias entovía ye una rapacina, la prubina, y non ta pa estes sextaferies.

Las ceremonias y demás actos que se realizan con ocasión de los ahora premios "Princesa de Asturias" son de mucho alegre trajín. Ponen al todo Asturias patas para arriba, sobremanera a Oviedo, que por algo es la capital y todo el mundo dice que está muy limpia desde cuando Gabino de Lorenzo, que da gloria verla con figuritas por todas las calles que parece un belén. El buen desarrollo de estos eventos exige mucho preparativo. Comprar el traje oscuro de pura lana virgen para el caballero y la corbata de seda natural es casi lo que menos. Aunque parezca mentira, tampoco es lo más afanoso elegir el vestido de coctel, para que la señora quede monísima en los retratos para las páginas de sociedad, aunque vaya aterida de frío y matada de los pies con aquellos zapatos a juego con el bolso, que no hay quien los calce ni raspando los juanetes con una escofina. Lo peor de todo es conseguir una invitación para la ceremonia de la entrega de los Premios en el teatro o, por lo menos y como mal menor, para el vino español en el hotel de la Reconquista, que es muy trabajoso y hay que mover muchas influencias. Si no estás pues, a ver, que no hay con quién tratar.

La chusma soberana también tiene sus afanosos quehaceres. No me dirán que no tiene su aquel encontrar tras las vallas un buen sitio para no perderse detalle. Excuso decir las penalidades que tienen que sufrir los que andan detrás de un autógrafo de algún premiado u otro famoso, o los que van a la caza de hacerse un "selfi" sonriente con ellos y colgarlo de inmediato en alguna red social para que los coleguillas se muerdan las uñas de envidia cochina. No olvidemos la esforzada dedicación que exige protestar contra los Premios, que hay que preparar los ripios, cantarlos a voz en grito, para que no los sofoque el alegre son de las gaitas que trepana el cerebro, y portar y agitar banderas y pancartas con el clásico "fartones" que, por cierto, es muy injusto, porque en el teatro no hay más que el agua de los grifos de los lavabos y en el hotel apenas si tocan a un minúsculo canapé por persona, y eso con suerte.

Los actos no se circunscriben a la entrega de los Premios. En los días anteriores y en el posterior tienen lugar otros acontecimientos, que se dispersan por diversas poblaciones para contentamiento y solaz de un mayor número de asturianos varios. Uno de los eventos previos que nunca falta es un concierto. La pieza elegida este año fue la 9ª Sinfonía, de Ludwig von Beethoven, alemán él y que compuso estando ya sordo como una tapia. La originalidad de esta sinfonía radica en que su cuarto movimiento concluye con una parte coral, cuya letra es de un poema de Friedrich Schiller, también alemán, que se titula "An die Freude", que en cristiano debe leerse "An di Froide" y que, aunque no suene a ello ni por el forro, significa "Sobre la Alegría". Esta poesía suele traducirse como "Oda a la alegría" y la música que con ella compuso Beethoven ha acabado siendo el Himno de Europa. Una Europa alemana, por supuesto.

Parece muy oportuna la elección de esta pieza musical para el concierto de este año desgobernado. Todo indica que estamos a punto de que haya Gobierno, o no. La Europa, que los alemanes pronuncian "Oigopa", nos espera con la alegría de un nuevo zarpazo a los dineros. Cantemos: "Alle Menshen wender Brüder, / wo dein sanfter Flügel weilt". Todos los hombres serán hermanos / donde tus dulces alas permanecen.

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