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La otra realidad

La salud es lo primero

La relación entre gozar de un buen estado físico y hacer el bien

El sentido de la vida no se encuentra ambicionando lo que no se necesita ni reside allí donde el corazón carece de fuerzas para llorar. Un mundo entregado a la vorágine del egoísmo se encuentra solo y abatido. No es cierto que la sociedad moderna se ala más avanzada de toda la humanidad: hace miles de años existió una edad de oro, consagrada por los mitos y leyendas de todos los tiempos: el paraíso terrenal no es una quimera, es el símbolo de una época dorada. El hombre ha caído desde lo alto y desde entonces vive a rastras intentando volver a su casa; pero necesita recuperar su mirada de ángel para ver el camino de vuelta. La concepción errónea de la verdad lleva a innumerables personas al divorcio de la mente y el cuerpo: las enfermedades vienen solas cuando el espíritu está apagado; las dolencias aparecen cuando no se lleva una vida adecuada para el cuerpo y la psique está poblada de miles y miles de pensamientos negativos y aspiraciones vacuas.

La salud es lo primero, es lo más importante para afrontar los problemas del mero existir; sin ella no somos nada, estamos exentos de defensas. Muchos sacian su falta de felicidad atiborrándose de grandes cantidades de cosas inservibles enemigas del cuerpo sano; el viaje sin ningún motivo, el exceso en todo, la propensión al despilfarro y un ideal de la existencia basado en el mero disfrute de los sentidos crean las condiciones idóneas para una distorsión de la realidad. Si haciendo las cosas bien se presentan graves complicaciones, cuando no se hacen como es debido las condiciones nefastas están servidas. Hay que aprender el arte de gobernarse uno a sí mismo para evitar ser víctima de las pérfidas influencias ajenas. Algunos, cuando las cosas no les van bien, se refugian en una satisfacción opulenta de los sentidos, ingiriendo cantidades ingentes de comestibles inapropiados; comen hasta más no poder, como si la vida fuera solo el alimento. Este culto desproporcionado hacia la mesa, además de ser la causa de innumerables enfermedades crónicas y sufrimientos evitables, retrasa la evolución espiritual; unos comen por comer, no porque tengan hambre; otros viajan por viajar, para huir de ellos mismos, no por motivos diferentes. Enfrentarse de forma directa a la dura realidad no es tarea fácil; pero huir de ella es lo más sencillo para caer en un sendero peligroso.

No aspiremos a grandes conquistas espaciales ni a ser héroes del Tercer Mundo: tenemos que ocuparnos de las cosas próximas, ayudar a los que están cerca, luchar por nuestras pequeñas cosas, estar con los que nos quieren, perder el tiempo con los que dieron su vida por nosotros y comprometernos con lo que forma nuestro conjunto diario: el resto vendrá dado por añadidura. Cuando el corazón no está contento no sabe qué hacer, se embarca en aventuras superfluas e inverosímiles, huye de lo conocido y se sienta ante el televisor como un autómata para recibir lo que le echen. La falta de espíritu crítico favorece a los que pretenden convertir al hombre en un ordenador más. Cuando el alma se sensibiliza capta muchas más verdades ocultas. En el reino de la cantidad en que vivimos todo vale; por eso muy pocas cosas tienen valor. La informática es el último invento para evitar la creación de una conciencia despierta.

Es preciso ser exigentes con uno mismo para decirle adiós a las vulgaridades que aplastan el alma; no permitamos nunca que nos lleven hacia la periferia de las grandes decisiones. Las religiones, cuya desaparición están a punto de conseguir, siempre fueron el reducto señero para captar señales de otras alturas superiores. Cuanto más se baja en el orden divino más se vive a ras de suelo. Todo gira en torno a lo anodino imperante. No sólo se pierde la libertad cuando se está entre rejas; la mayor amenaza contra uno mismo consiste en creerse libre en un orden terrenal insoportable. Hasta los que dicen creer se avergüenzan de sus creencias; hasta los que postulan un mundo mejor viven en contra de ellos mismos. Una sociedad atiborrada de enfermos crónicos, la mayoría no diagnosticados, que ha olvidado el amor a sus semejantes. Cuando llega la noche la única esperanza consiste en ver las estrellas. Regresemos a la fuente del amor para beber las aguas que sacian; retornemos a la sencillez de una mirada inocente para que las guerras cesen y las grandes amenazas que se ciernen sobre el hombre den paso a una humilde realidad, donde las alegrías broten solas y no se necesiten tantos objetos inútiles para vivir.

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