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El paso del trapero

Injerencias

La política cultural en el ámbito local y autonómico

La nueva política cultural municipal y autonómica, surgida de las últimas elecciones, ha hecho buena en muchos de los aspectos que criticaba, no sin razón, a la vieja política. Una mezcla de populismo, ignorancia y prepotencia ha situado en la escena cultural a actores tóxicos que han convertido la cultura en un frente de disputas inútiles e injerencias groseras, en noticia permanente por la suma de despropósitos y la incapacidad para gestionar un momento tan complejo como el actual. En este sentido, merece la pena reflexionar sobre lo que ha sucedido en el Teatro Español, en Madrid Destino, en el Museo Patio Herreriano en Valladolid, en la Fundación Luis Seoane en La Coruña y en la Fundación Palma Espai d'Art (FPEA), por citar algunos de los casos que han sacudido, últimamente, la opinión pública, cada uno con su singularidad y su complejidad, pero compartiendo un malestar común.

En una reciente entrevista Alfons Martinell -Director de la Cátedra Unesco en la Universidad de Girona y profesor titular en esa misma institución- afirmaba que "sobre todo cuando la política interfiere en las instituciones culturales, lo rompe porque quiere definir lo que es cultura y lo que no. Y estos nacionalismos y ciertos populismos no son positivos", y máxime cuando vivimos más cerca de una cultura del autoritarismo que de una cultura democrática; cuando regresan de las catacumbas debates estériles, resueltos hace décadas, sobre cultura elitista y cultura popular; cuando se prefiere el postureo de la "periferización" de la cultura a la construcción de una cultura en comunidad; y lo local, cuyo roce debería de generar experiencias de satisfacción e impulsar nuevas expectativas, se encarrila hacia modelos agotados, donde el discurso, grandilocuente o utópico, es un recurso vacuo.

Estas injerencias políticas en la cultura, la nube informativa que conlleva, oculta una realidad muy preocupante. Señalar el desplome de los presupuestos culturales, la carencia de una iniciativa privada que compense los recortes de las administraciones, la precarización del empleo cultural, la sensación, que se esta convirtiendo en una realidad, de que siempre estamos empezando, la mediocridad como referencia intelectual, la falta de autonomía en la gestión cultural, el paternalismo como actitud relacional, un mayor interés por los comunes que por el "procomún", y un acriticismo peligroso que convierte en culpable de los errores propios al otro.

No hay cultura sin conflicto, pero mientras se despejan las dudas y encontramos entre todos nuevas redes que nos permitan recomponer el tejido cultural tan desmantelado en los últimos años, conscientes de que el modelo de "papa estado" o el Ogro Filantrópico no regresará, aunque lleguen tiempos de bonanza, resulta indiscutible que los atajos emprendidos implican la peor opción posible.

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