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Crítica / Cine

La marea del recuerdo

¿Qué es el coming of age? Resulta difícil entender el cine de esta última década si no definimos uno de los subgéneros que ha moldeado su corpus artístico y temático. ¿Por qué el séptimo arte centra cada vez más su mirada en ese convulso periodo que media entre el fin de la adolescencia y el inicio de la edad adulta? Un economista hablaría, quizás, de devolución de la inversión, de cómo el propio cine genérico hollywoodiense ha ido restando la edad de su público objetivo en busca del jackpot familiar, del máximo gasto en sala. Ese viaje inverso en el tiempo habría producido un efecto de imitación en el cine de autor, no con los mismos afanes economicistas, al menos no de manera consciente, sino como consecuencia del empuje gravitatorio originado en California. Un empuje que sienten hasta los más apolíneos auteurs hors America, o si no vayan y pregúntenle al egregio Jean-Luc Godard, vayan y a ver qué les contesta.

Nosotros, siendo como somos más románticos (y quizá más narcisistas) preferimos pensar como causa primera en cierta y posmoderna tendencia a la nostalgia. Fruto quizás de unos tiempos que parecen predecir tormenta, elegimos refugiarnos en un pasado más o menos idealizado, pero nunca realista, al fin y al cabo es imposible describir con plenitud unos hechos desfigurados por el paso del tiempo, menos aún en primera persona. Y así, en primera persona, es como nos hablan los directores Filipe Matzembacher y Marcio Reolon: del descubrimiento de la sexualidad entre las doradas arenas de la playas brasileñas, de atardeceres con sabor a cerveza y olor a humo de cannabis indica, de saber quienes somos y de no tener miedo a afrontarlo. Este proceso, seamos sinceros, no es siempre un camino de rosas: rechazos sociales, negativas (algunas autoconformadas), desengaños amorosos que parecen indicar el fin de los tiempos en la fina epidermis adolescente... Pero en el objetivo de los directores de "La orilla (Beira-mar)", ese sentimiento físico y mental, el crecimiento, ha sido despojado de las espinas para que nos llegue tan sólo el aroma. Al fin de cuentas es un privilegio personal elegir cómo nos gusta recordar las cosas, decidir cuáles preferimos dejar que se confundan con el continuo el rumor del mar.

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