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Párroco de Miranda

Ánimas benditas

La ausencia del espacio en el "más allá" y otras cuestiones relevantes

"Las ánimas benditas" fueron en un tiempo atrás, y aún son, motivo de plegarias, sufragios, invocaciones, imágenes, representaciones y hasta de apariciones que hablan a las claras del lugar y tiempo y fervor que ocupan en la religiosidad popular y tradicional.

Sin embargo hoy, que la Teología ha caminado un buen trecho de manos de estudiosos como J. L. Ruiz de la Peña, por citar uno tan familiarmente cercano, tratando de compaginar la fe con el entorno teológico, cultural y científico tenemos que empezar diciendo que el purgatorio ni puede ser un lugar... ni allí puede existir el tiempo... ni es posible la presencia de un fuego material que atormente.

No es lugar, porque en el "más allá" no tiene cabida el espacio, puesto que ni las almas ni los ángeles ocupan lugar ni lo necesitan.

Y al pairo del espacio es de cajón que tampoco puede existir el tiempo. En el purgatorio no sale el sol ni se pone, no amanece ni oscurece. Por tanto, tampoco pueden pasar los días ni los años, tampoco en el infierno para expresar eternidad "los siglos de los siglos" ni siquiera el "perded la esperanza" de Dante tiene allí sentido. La expresión "tantos días, tantos años... de indulgencia" aplicados a las almas del purgatorio solo se refieren al tiempo que tendrían que cumplir una penitencia en este mundo. Y si las almas son espíritu no pueden ser abrasadas por las llamas de un supuesto fuego material. ¿Fuego espiritual? No es fácil imaginárnoslo.

En cuanto a la persona que es la resultante de la unión del cuerpo con el alma, (yo tengo cuerpo, yo tengo alma: términos platónicos que hoy habría que revisar) desaparece al destruirse el cuerpo. El tomismo tuvo que acuñar la expresión "forma cadavérica", una especie de cuerpo creado por Dios en el momento de la muerte a fin de salvar la unión de ambos. Así sobrevivió el alma de Jesús hasta que salió glorioso del sepulcro, aunque Él lógicamente nunca dejó de ser persona.

¿Cómo explicar entonces o interpretar este dogma de la Iglesia católica cuya devoción ha calado tan hondo y universalmente entre tantos creyentes? Hay una monja llamada santa Catalina de Génova que nos dejó escrito un libro sobre el Purgatorio, cuyas reflexiones nos pueden ayudar un poco a explicarlo. Por ejemplo, al hablar del fuego viene a decir que tal fuego no es otro que el fuego del amor de Dios no correspondido en vida. Las almas tienden irresistiblemente a acercarse a Dios atraídas como por una "ley de gravitación divina", que es el inmenso amor que le sienten y las arrastra hacia Él, un amor que también Él nos tiene, pero convertido en auténtico tormento de enamoramiento divinamente mutuo al no poder ser intercambiado debido a nuestras faltas y pecados. Es un abrasarse en amor, como se abrasa el enamorado cuando es rechazado por la persona amada. Por todo ello, hay que pensar más bien en un purgatorio o infierno de llamas amorosas en el que "las almas" arden, queman y se inflaman en el fuego divino.

Este mismo amor posiblemente es el motivo por el que algunos santos consideren el purgatorio un a modo de cielo anticipado a pesar del sufrimiento. ¿Cómo se puede pensar que nuestro Padre Dios, todo bondad y amor infinito, puede crear, sacándolo de la nada, un lugar ¡un lugar! sometido al tiempo donde torturar con fuego ¡eternamente! a algunos de sus hijos, por díscolos y rebeldes que hayan sido?

Necesitamos una y otra vez compaginar y revisar nuestros dogmas que teólogos y filósofos han convertido y revestido de conceptos tales como el del espacio, el del tiempo e incluso el del cuerpo y alma, y lavarlos y purificarlos en otros nuevos y mejor aceptados (qué es el tiempo en el espacio) tomados de la ciencia. Considero un error imaginarnos que la eternidad sea una línea que corre paralelamente indefinida al tiempo de la vida. No. Habría que imaginarla más bien como un punto fijo, inamovible, sin pasado ni futuro, un ser-estar siempre (seguimos condenados a usar términos que implican temporalidad) sin antes ni después, en un ahora (de nuevo el tiempo) incomprensiblemente eterno. Y si esto fuera así, tanto mi muerte como mi resurrección final se unirán en ese punto, sin espera alguna, teniendo que dar la razón al denostado papa Juan XXII (s. XIV) que afirmaba que el alma no podía gozar de la "visión beatífica" hasta después del Juicio final, o sea en su misma muerte; porque si suprimimos la idea de tiempo entonces muerte y Juicio final coinciden, y los extremos muerte y resurrección se tocan. Algo así como nos sucede con el sueño. Para la persona ("la bella durmiente") dormida no pasa el tiempo, todo se reduce a un instante: empezar a dormir y al momento despertar. La Biblia emplea más de una vez el verbo dormir por morir (Hch., 7, 60), (Jn. 11, 11) En el canon de la misa decimos: "Acuérdate de los se durmieron en el Señor...". Por tanto como la eternidad es un instante atemporalmente eterno, sin antes ni después, al momento de morir despertamos, resucitamos para gozar de la "visión beatífica" a la que aludía con acierto el citado papa hereje, "corregido" por Benedicto XII. (1)

Acaso seres de otros planetas habitados y girando en algún rincón del universo tendrán, no una inteligencia o un modo de razonar como el nuestro, sino completamente distinto, diferente y muchísimo más perfecto y conocedor con mucho más acierto y alcance teológico de estos misterios, y los moradores en ese rincón del universo "entiendan" estos temas de otro modo no teniendo allí ningún sentido ni nuestro modo de conocer ni de explicarnos ni siquiera nuestros misterios porque ellos forman parte de otro modo de ser, de pensar, de vivir, de morir y de subsistir. Posiblemente en esos mundos el hablar de tiempo, de espacio, de alma o cuerpo les suene sencillamente a música celestial.

(1) "Confesamos, pues, y creemos que las almas purificadas, separadas de los cuerpos, están en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso y reunidas con Cristo en el consorcio de los ángeles, y ven a Dios por ley común, y ven la esencia divina cara a cara en cuanto lo padece el estado y condición de alma separada". (C. Dogmática)

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