Aquí no hubo Plan Marshall. Las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial mantuvieron cierta distancia con el régimen de Franco por un tiempo. Durante algunos años España quedó aislada, autárquica, pobre y con pertinaz sequía. La Guerra Fría y, sobre todo, la guerra de Corea cambiaron las cosas, muy especialmente tras la llegada del general Dwight Eisenhower a la presidencia de Estados Unidos.

En el año 1953, se firmaron los llamados Pactos de Madrid, por los que se acordó el establecimiento de las bases americanas en España a cambio de la ayuda económica estadounidense. A partir de entonces, comenzaron a introducirse en nuestro país de estraperlistas de miseria productos "made in USA", aunque fueran de segunda mano. Comenzaron a verse por las tortuosas carreteras patrias camiones GMC, sobreros de la guerra, pero que producían admiración por su capacidad de carga y velocidad. Fue un gran avance mecánico, sobre todo comparándolos con aquellas pequeñas camionetas rusas 3HC, que el personal pensaba que eran las siglas de "tres hermanos comunistas", aunque en realidad eran las iniciales en cirílico de "Zavod Imena Stalina", que no significa otra cosa que Planta Industrial Stalin. Eran tiempos en que se aprovechaba todo, como esos camiones que la Unión Soviética había enviado cuando la Guerra Civil, muchos de los cuales se hacían funcionar acoplándoles un gasógeno, que la gasolina escaseaba y su precio andaba por las nubes.

A pesar de las penurias no tuvo mucho éxito la ayuda alimentarias que se repartía en las escuelas. La primera de las razones fue porque muchos de los espabilados encargados del reparto cobraban el favor a los muchachos y estos no estaban para tales dispendios. La segunda razón del fracaso eran los mismos alimentos que se ofrecían, que eran mantequilla de fábrica, queso de barra y leche en polvo. Ya ven, habiendo aquí aquella leche a granel y recién catada que traían las aldeanas en las albardas, de sabor fuerte, espumosa y grasienta, que aún en un segundo hervor desprendía gran abundancia de nata compacta con la que confeccionar mantequilla batida a mano, ornear gustosas galletas o, simplemente, untar una rebanada de pan.

Si los comistrajos yanquis no tuvieron buenos principios, el tiempo doblegaría a los españoles. Las bebidas de cola serían unos de los primeros productos cuyo uso se generalizó, seguramente porque los mecánicos descubrieron que eran utilísimas para aflojar los tornillos herrumbrosos. Luego el güisqui fue desplazando al coñac, a pesar de que los adultos de la época se resistían a beberlo aseverando que sabía a chinches. Después vinieron los sándwiches con su esponjoso pan de molde y las hamburguesas con esa salsa de tomate podrido en vinagre que llaman kétchup. Más tarde las aguachirles de las cervezas dulzonas que se beben por la botella a morro. Y así hasta llegar a que ahora casi no se beba o coma otra cosa, además de las pizzas y esos arroces melosos, chinos o japoneses con cachos de algo que no se sabe lo que es, que son todos ellos alimentos también muy americanos.

La introducción del "American way of life", que es el modo de vida americano, no se quedó en los estómagos. Se ha extendido a todos los órdenes de la vida. Últimamente, la invasión es tal que ha cambiado las más rancias tradiciones patrias, como es la Navidad que se ha transformado en "Christmas" con Papá Noel. Hasta se han importado otras, como la majadería del "Haloween" o el interesado "Black Friday". Incluso los políticos se ha contagiado con el empeño en celebrar primarias. Cualquier año de estos será festivo el cuarto jueves de noviembre para comer pavo en familia.