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Naranjas negras

La reacción del PP tras la muerte de Rita Barberá y el cinismo en política

La honestidad que, creo, debemos exigir a los políticos no es, solo, la que se refiere a la lucha contra la corrupción. Hay otra honestidad, también exigible, que tiene que ver con lo personal. Con eso de ser persona y no un cínico sin escrúpulos, capaz de defender una cosa y la contraria y jactarse de no conocer a quien fue compañero y amigo y, por conveniencia mediática u órdenes del partido, se convirtió en un apestado que no merece el saludo.

¿De dónde habrá salido toda esta gente? Se preguntaría Rita Barbera cuando la sacaron del hotel en una bolsa de plástico y, por un agujero, vio a sus antiguos compañeros, a los que unos días atrás huían para no saludarla, llorando desconsoladamente su muerte.

Nunca como el miércoles pasado la mezquindad y la ingratitud de la política, de esta política de ahora, se había mostrado con tanto esplendor. La miseria y la desvergüenza de los políticos del PP que se referían a Rita Barberá como "esa persona de la que usted me habla ya no pertenece al partido", y una vez muerta la reivindicaban como una política excepcional, sirve para que nos demos cuenta de la catadura moral de unos personajes que están invalidados para ejercer la función pública y representarnos en cualquier institución.

No voy a entrar en lo que hizo o dejó de hacer Rita Barberá. Me niego a participar en esa supuesta obligatoriedad que entraña recordar a los muertos endulzando lo que fueron en vida porque solo así, en esa conformidad, hacemos que puedan descansar en paz. Considero que viene a ser como lo que sucede con las naranjas. Un cítrico, es decir, una fruta agria que no está aceptado que sea dulce pero que, generalmente, se acepta como si lo fuera. Se acepta aunque haya que añadirle azúcar para endulzar su sabor y confirmar la falsa creencia. Por eso, prescindo de lo que hizo o dejó de hacer Barberá cuando vivía. No viene al caso de lo que comentamos, que es la honestidad de unos políticos que trataron de lavar su mala conciencia culpándonos de ser los causantes del infarto que acabó con su vida. Y no fue cualquiera el primero que apuntó en ese sentido. Fue nada menos que el Ministro de Justicia, el portavoz del partido y otros que estaban, al lado, compartiendo el repentino dolor y olvidándose del cordón sanitario que montaron, ellos mismos, en torno a Barberá para evitarla en sus apariciones públicas. Pero eso, al parecer, no es relevante ni tiene importancia. Lo que causó su muerte fueron los twitters, la prensa, la dureza de la oposición y todos nosotros, que criticábamos sin motivo a una persona que fue repudiada por su propio partido.

Tamaña hipocresía, cinismo y falta de honestidad, fue lo que me indignó y me llevó a pensar que el nivel de mediocridad de nuestros políticos ha crecido hasta límites insospechados. La política se ha envilecido tanto que hoy los políticos no tienen ninguna autoridad moral que, al fin y al cabo, debería ser la autoridad más importante. Por eso la credibilidad del sistema está por los suelos. Basta comparar a los políticos actuales con los que vivieron la transición y pusieron las bases del actual sistema democrático. No hay color. Pero no lo hay en ningún lado, ni en los políticos de la derecha ni en los de la izquierda.

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