Hace una semana estuve en el taller-academia de pintura de mi amigo y admirado Cerezo. Lo vi abatido, pero nunca pensé que se nos fuera tan silencioso y de repente. Habíamos hablado como siempre de religión, pintura, música, literatura y muy poco de política. Además le había encargado un cuadro personal y habíamos logrado llegar a un acuerdo de cómo y cuándo empezar plasmarlo en lienzo, por eso cuando me entero en Gijón de la muerte de Andrés me quedé afectado. Lo había conocido desde el mismo año que llegó a Avilés; frecuentaba sus exposiciones y su estudio en donde percibía que la pintura era su forma estética de entender su existencia. Poseo algunos cuadros de él de gran valor artístico. Incluso me regaló un magnífico cuadro impresionista -técnica en la que era un consumado maestro- del desfiladero de la Hermida.

Desde que llegó a Avilés se entregó de lleno a pintar y a enseñar a pintar. Como me reconoció un gran pintor gijonés el sábado cuando le hablé de Cerezo; me confirmó que era uno de los referentes vivos de la pintura asturiana actual, aunque era cordobés. Sirvan estas palabras escritas a vuela pluma para testimoniar mi recuerdo en memoria de Andrés Cerezo, que se nos fue silencioso y humilde como había vivido. DEP mi amigo Cerezo, por quien elevo al Señor de la vida y de la muerte un plegaria.