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Vita brevis

El santoral

El uso de los almanaques y calendarios para organizar la vida ante el inminente cambio de año

A partir de estas fechas de diciembre va siendo tiempo propicio para ir pensando en hacerse con calendarios, almanaques, agendas y dietarios del próximo año, que anda ya a las puertas. Son instrumentos muy prácticos para andar orientados y que no nos despiste el tiempo. Evitamos así actos inútiles, dar vueltas y revueltas y tener que desandar lo andado. Es desolador escuchar eso de que no sabe ni en qué día vive.

La verdad es que cada vez van siendo menos necesarios esos recordatorios tradicionales del tiempo fabricados en papel. Ahora vienen insertos en los ordenadores, tabletas, teléfonos y demás aparatos informáticos. Tal que miramos uno de esos artilugios e inmediatamente podemos saber el año, el mes, el día, la hora, los minutos y los segundos en que vivimos, además de otra serie de circunstancias, como el día de la semana, el tiempo que hace en ese momento y su pronóstico para el inmediato sucesivo, y hasta el lugar en que nos encontramos. Todo aparece o podemos hacer que surja en la pantalla.

Pero aún queda mucha gente para la que se le hace difícil convivir sólo con lo digital y precisa leer las cosas impresas. Nada mejor que echar un vistazo al calendario de pared o de mesa para tranquilizarnos reconciliándonos con el tiempo. Además, la mayoría aún gusta de ver un buen almanaque de notables proporciones colgando sobre los azulejos de la cocina, que sin él parece desnuda.

Los calendarios que se imprimen actualmente no incluyen los santos del día o raramente lo hacen. A lo sumo pueden mencionar uno o, si es obligado, dos, cuando se trata de santos inseparablemente unidos, como los santos médicos Cosme y Damián, que eran hermanos, árabes y "anárgiros", o sea que enemigos del dinero y, aunque su hagiografía no lo cuenta, puede sospecharse que esta haya sido una de las causas por la que fueron decapitados durante la persecución de Diocleciano.

Los almanaques antiguos siempre incluían el santoral, además de otras cosas convenientes como las lunaciones. Los había tan completos que hasta señalaban las horas de la salida y puesta del sol y de la luna, las fechas de ferias y mercados que se celebraban, e incluso predicciones meteorológicas. Uno de estos era el Calendario Zaragozano, editado desde 1840 por Mariano Castillo, un hombre ingenioso y sobradamente pretencioso, ya que se anunciaba como el "Copérnico español" y hacía figurar su retrato en la portada del pequeño boletín, al que no obstante puso el nombre en homenaje a Victoriano Zaragozano, astrónomo español del siglo XVI, que también hacía sus almanaques; todo un detalle. El éxito de esta publicación fue enorme desde el principio, de tal manera que aún se edita, aunque ahora se supone que sólo para los amantes de curiosidades y antiguallas.

La inclusión de todos esos avisos en los calendarios antiguos era de gran importancia para la vida agrícola. Es vital para el campo saber si va a llover o granizar, y cuándo suceden las lunaciones, pues algunos productos se plantan o recogen según que esté la luna así o asá. No menos trascendente era conocer el santo o santa del día, pues ese nombre le caía generalmente en desgracia al que naciera en el mismo, como Sinforoso, Mamerta, Amonario, Fredesvinda y otros sonoros espantos.

El santoral permitía también advertir con tiempo de la fecha del santo patrón del pueblo y de sus grandes festejos, para lo que había que prepararse cumplidamente. Era obligado matar, condimentar y guisar la comida de esos días grandes con el exceso debido. Además había que bañarse, siquiera fuera ese día y aunque no hiciera falta. Así, gracias al almanaque y en el día señalado del santo, el pueblo ardía en fiestas.

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