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Vita brevis

San Valentín

Sobre los orígenes del día de los enamorados

Tiene su gracia que en estos días se llenen los escaparates con corazoncitos y flores rojas para que se celebre el próximo día 14 de febrero como el día de los enamorados, por ser San Valentín. Resulta paradójico que unas sociedades tan laicas como son las nuestras encomienden las cosas del aparejamiento a un santo eliminado del santoral por el concilio Vaticano II. Más chocante es aún que hayamos adoptado esta costumbre anglosajona nosotros, que somos tan antiamericanos del Norte.

Casi todas las cosas que son hoy un gran negocio se le ocurrieron o al menos las pusieron en marcha sujetos yanquis. Esto de que la gente compre objetos para que los tortolitos los regalen a sus parejas también surgió de los USA. Fue una señora de la finísima sociedad de Massachusetts, llamada Esther Howland, la primera que confeccionó unas tarjetas primorosamente ilustradas con rosas, corazones y encajes con puntillitas para que se las enviaran los enamorados con frases manuscritas de afecto por San Valentín. Aún no había comenzado la guerra civil americana y aquello fue un exitazo. La cinematográfica guerra entre el Norte azul y los esclavistas grises del Sur no impidió que siguiera la próspera industria de las redomadamente cursis tarjetas románticas de la señorita de Nueva Inglaterra, que se extendió hasta la vieja.

Desde luego que no fue esa victoriana señora la que tuvo la idea de endosar a San Valentín el patronazgo de los enamorados. Esto era cosa que ya había hecho la Iglesia siglos atrás y que sorprendentemente mantuvieron los herejes luteranos y anglicanos. Por eso le era familiar a la inventora de las tarjetas "valentines" en su ambiente de la costa atlántica americana, tan culta y protestante por aquellos tiempos. El mérito de lady Howland fue llamar la atención sobre un día cualquiera del santoral para hacer un suculento comercio que acabó siendo universal.

San Valentín fue un santo legendario, hasta el extremo de que no fue uno sino tres. Según parece, hubo un médico romano con ese nombre que fue decapitado en época del emperador Claudio II. Se dice que fue enterrado en la Via Flaminia, de tal manera que la puerta de las murallas medievales de Roma que se abrían a ese camino se conocía popularmente como la Puerta de San Valentín, que es donde actualmente se ubica la Piazza del Popolo, que ningún buen turista se puede perder. Es obligado hacer allí una centena de fotos a los pies del obelisco robado a los egipcios, frente a las iglesias gemelas de Santa Maria dei Miracoli y Santa Maria in Montesanto, o asomado a la barandilla del Pincio con el fondo panorámico de toda la plaza.

Pero, para completar la historia, hay que trasladarse a la iglesia de otra Santa María, que es la basílica románica de Cosmedin, en cuyo pórtico se encuentra la famosa Boca de la Verdad, que es una escultura de piedra oval con la cara de un hombre barbado con la boca abierta, junto a la que apetece mucho hacerse un retrato para enseñar a familiares y conocidos a la vuelta del viaje. Siguiendo la tétrica costumbre italiana de mostrar despojos de santos en las iglesias, es en esta de Santa María de Cosmedin donde se encuentra una urna de cristal que contiene un cráneo que ofrece la visión de lo que queda de San Valentín, según dicen.

Por si fuera poco un San Valentín, hay otros restos que se conservan en la ciudad de Terni, en la región de la Umbría, de un obispo que también se llamaba así, fue santo y es celebrado el 14 de febrero. Y, puestos a ello, otro Valentín más, que fue obispo de Recia y que actualmente está enterrado en la ciudad bávara de Passau. Elijan al que quieran para el día de los enamorados, aunque este último se dedica más a la epilepsia.

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