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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Veneno en la escena

El drama de quien habiendo vivido glorias pasadas sufre el desaire del olvido presente

"Yo, Feuerbach" es un drama de título impronunciable. Parece una obra añosa, pero se estrenó hace cuatro días, como quien dice. Es de 1986, (su traducción es de la década de los años noventa). Es alemana. Y se nota. El teatro Palacio Valdés acogió antes de anoche su penúltimo montaje: Pedro Casablanc -enorme- contra la vida, una discusión sobre los modos de estar en el mundo, sobre las glorias caídas y sobre el olvido del presente.

La obra de Dorst había rodado mucho por las mesas de teatreros de pro. Y es que habla de teatro, de representación, de espejo, de espectadores que miran y escuchan. Calderón escribió aquello de "¿Qué es la vida? Una ilusión / una sombra, una ficción" y Dorst respondió: "El teatro me ha costado la vida". O sea, el teatro es un veneno, que diría, por ejemplo, Rodolf Sirera.

Feuerbach (Casablanc), ya digo, regresa de la oscuridad y se encuentra con que nadie había guardado su falta, que la vida se fue y que los de entonces ya no son lo mismo. Se somete a una prueba, él que había trabajado con los más grandes. Espera al director como aquellos otros esperaban a Godot. Y se deja examinar por su manía persecutoria, por una cámara de circuito interno y en compañía de un ayudante (Viyuela González) que quiere dedicarse al teatro, pero que desconoce a quien tiene delante de los ojos.

El director pinta al ayudante a brochazos y de eso sale un joven "nini" que pinta poco trabajando para una compañía teatral y, mucho menos, para un "maestro"; a un ayudante se le presume algún interés más que el teléfono móvil (que no aparecía, evidentemente, en el texto original) o el perro perdido, que al final ni ladra ni nada.

Pedro Casablanc compone al hombre derrotado con los mimbres que le permite una versión alejada del mundo y una dirección que echa mano sólo de un extintor para que sobre la escena haya más que palabras. Y así no hay manera de crear empatía, que es la herramienta precisa para alcanzar la catarsis, que para eso uno va al teatro. Vamos, digo yo.

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