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Crítica

El teatro es un cuento

El éxito del teatro en inglés en el Centro Cultural Niemeyer

"El cuento de invierno" ("The winter's tale") es una obra sincrética. En ella aparecen buena parte de los asuntos que preocuparon a William Shakespeare a lo largo de su vida: la locura, los excesos de la política, el desamor, los celos, la ruina de la moral e, incluso, la fiesta sin fin. Es la penúltima de las obras del bardo de Stratford-upon-Avon y es también una obra maestra, aunque sólo sea por eso, por juntar sobre la escena "Hamlet", "Otelo", "El sueño de una noche de verano" o "Ricardo III". Así pues, nada más llegar al auditorio del Niemeyer, el sábado por la noche, la mitad del trabajo ya estaba hecho: los espectadores se iban a romper las manos a aplaudir a una compañía enorme capaz de acongojar cuando el rey Leontes (Orlando James) se presenta desalmado y cuando halla el sentimiento que había perdido cuando le invadió "ese monstruo de ojos verdes" que transforma a las personas en maltratadores, psicópatas y asesinos. Y así sucedió. Cinco salidas a escena para agradecer la admiración cosechada. La leche.

La peripecia que va de la oscuridad a la pena se alcanza de tal modo que uno se siente sin habla. Y se entusiasma. La compañía "Cheek by Jowl", la de Declan Donnellan, conmueve, inquieta y crea devotos. La función de antes de noche devuelve al Niemeyer las esencias para lo que había sido construido: abrir las puertas de este lugar en el fin de la tierra -que hubiera podido señalar su primer director general- al mundo entero. Y en Avilés estos redobles de conciencia son dobles saltos mortales: cerca de un millar de personas disfrutó como nunca de una joya de la escena. Queremos muchas más como estas.

"Se ha señalado que los críticos que escriben sobre Shakespeare revelan más sobre sí mismos que sobre Shakespeare", lo escribió el poeta W. H. Auden antes de aclarar: "tal vez ese sea el gran valor del teatro shakespeariano: que a pesar de lo que un espectador pueda ver desarrollándose en el escenario, el efecto último que ejercerá sobre él será siempre una autorrevelación". Esto, que ya estudió el filósofo Aristóteles hace dos milenios y medio -lo llamó catarsis-, es algo que últimamente está al alcance de muy pocos. De ahí que, cuando las compañías presentan un Shakespeare, sea obligatorio lanzarse de lleno al espectáculo, como un hambriento a un trozo de carne. Señalemos un detalle: en 2015 Kenneth Branagh estrenó su "Cuento de invierno" en Londres, en el West End. Con él, Judi Dench. Un año después, Declan Donnellan hizo lo propio: el espectáculo que se vio antes de anoche en Avilés se vio antes también en Londres, pero en el centro cultural Barbican, lejos del "Theatreland" de la capital británica. Dos años consecutivos contando el cuento, dos años sucesivos con teatros llenos. El dolor y la redención descolocan el pensamiento. Y eso parece que es lo que quieren los espectadores. Sobremanera si los actores sobre la escena son tipos como Orlando James o Natalie Radmall-Quirke (Hermione) o si el escenógrafo tiene el talento de Nick Ormerod. Qué caja, qué tesoro.

Todo hubiera sido perfecto, sin embargo, con unos sobretítulos en el telón de boca (estaban en el telón de fondo) y es que parece que en el Niemeyer quieren espectadores con miradas más profundas que la de Superman. Y aún así -incluida la descoordinación, en ocasiones, entre las palabras sobre las tablas y las de los sobretítulos- uno salió del teatro con la sonrisa perfecta: tres horas para disfrutar tres siglos. O más.

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