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Diario de a bordo

El anticlericalismo: introducción

Apuntes de historia con la vista puesta en el año 1931

En la sociedad europea del Antiguo Régimen, la religión, impregnaba y regía todas las esferas de la vida. Tras la llegada de la Ilustración y de la Revolución francesa, el mundo de la cristiandad y de la teocracia quedó cuestionado y el racionalismo se impuso como fórmula para explicar todos los interrogantes del hombre. Para los ilustrados, el progreso solo era posible en oposición a la Iglesia. La llegada del marxismo en el siglo XIX significó ir un paso más allá, al considerar a la religión como el opio del pueblo. Así, tras las revoluciones liberales decimonónicas, las iglesias de los diferentes países, en donde éstas se produjeron, tuvieron que acomodarse a la nueva realidad política y vivieron momentos delicados en su relación con el Estado. La Iglesia, ante los conflictos que vive con el poder civil en estos momentos, reacciona reafirmando la autoridad del Papa, cuestión esta que condujo a posiciones de ultramontanismo, sobre todo entre el bajo clero.

Todo lo anterior nos lleva a constatar en Europa, en este momento, una confrontación entre catolicismo y modernidad. Una confrontación que comienza con la Ilustración, pero que se va a plantear abiertamente con la Revolución francesa, al situar ésta encima de la mesa un proceso abierto de laicización del Estado y de secularización de la sociedad que afecta todos los países europeos de tradición católica.

En España, los roces y enfrentamientos entre las instituciones religiosas católicas y los poderes políticos se inician con la caída del Antiguo Régimen, es decir, en los inicios del siglo XIX, con la invasión napoleónica primero, y la llegada de los Gobiernos Liberales después. El anticlericalismo español sorprende por su amplitud y violencia, pasando a formar parte principal de la acción política en la España contemporánea. Esa actitud solo es explicable en un país en el que la religión católica era hegemónica y donde el Tribunal de la Inquisición ejerce un control férreo, en todos los ámbitos de la vida, hasta fechas muy tardías. Casi todos los conflictos civiles y su deriva bélico-militar tuvieron en España un telón de fondo eclesiástico.

El liberalismo español, sobre todo desde las Cortes de Cádiz, fue visto por la Iglesia como el culpable de la fractura social sobrevenida entre los españoles durante la Guerra de la Independencia y causa de la aparición de las dos Españas irreconciliables, la tradicional católica frente a la liberal, impía y extranjerizante. Para el pensamiento eclesiástico reaccionario, el liberalismo que se inoculó en las constituciones liberales que siguieron a ejemplo de la de Cádiz, basadas todas en el principio de la soberanía nacional, niegan el derecho divino y son el origen de la democracia, basada en el sufragio universal, que destruye el orden natural. Por eso el parlamentarismo es visto como un sistema artificial y los partidos políticos como negativos frente al orden corporativista tradicional, sostenido desde la religión.

La llegada a José Bonaparte en 1808 a la Corona de España, y sus decisiones aboliendo la Inquisición, prohibiendo los entierros en las iglesias y conventos y ordenando crear cementerios en las afueras de las ciudades y pueblos, orientados al norte y en espacios abiertos y no cubiertos, fueron decisiones que iniciaron una carrera de enfrentamientos entre poder político e Iglesia que continuarán durante todo el siglo XIX. Las decisiones sobre los enterramientos, poniendo en marcha normas higiénicas que impidieran las epidemias, se habían iniciado ya en Portugal tras el terremoto de Lisboa. El Marqués de Pombal ordenó deshacerse de los cadáveres con rapidez, quemándolos o lanzándolos al mar para evitar las epidemias. Esto impidió la realización de los oficios religiosos y los enterramientos realizados de acuerdo a los ritos cristianos. Estas medidas fueron muy mal vistas y duramente criticadas por la Iglesia en aquel momento, pues suponían la invasión política de un terreno que había sido de su exclusiva competencia hasta ese momento.

En España, el tema de los enterramientos tal y como se había venido realizando, en el interior de las iglesias y los claustros de los conventos, ya se había puesto en cuestión en 1781, cuando Carlos III ordena paralizar esas prácticas, así como también cargar las paredes de las iglesias y/o rociarlas de cal viva, lo que hizo que muchas pinturas de los templos se perdiesen o quedasen tapadas con los revocos. El objetivo de la Corona era evitar las enfermedades que generaban estas prácticas, por la inhalación de gases tóxicos provenientes de los cadáveres y de las pinturas. Los enterramientos sin embargo no cesaron hasta 1808, con la llegada de los franceses y la orden de José I Bonaparte. De todos es sabido lo beligerante que fue la iglesia en contra de la presencia francesa en España. La Constitución de Cádiz, consagra los principios liberales, por lo que la iglesia tampoco la apoya. La vuelta de Fernando VII significa recuperar otra vez la configuración del Estado del Antiguo Régimen, con la breve interrupción del Trienio liberal. Pero tras el acceso al trono de Isabel II, no solo se puso fin definitivamente a la Inquisición, sino que se inician procesos de desamortización de los bienes que estaban, en lo que se denominó en aquel momento, "manos muertas", esto es, fundamentalmente iglesias y conventos. A ello hay que unir que, el triunfo del Estado Liberal, combatido durante todo el siglo por la Iglesia y por el Carlismo, significó también el acceso al poder de la masonería, como organización contraria a los privilegios eclesiásticos y partidaria de implantar sociedades democráticas, basadas en los principios liberales de igualdad, libertad y fraternidad, que se habían extendido por Europa tras la Revolución Francesa. También la Revolución Industrial y el nacimiento de los movimientos obreros, así como la revolución democrática de 1868, y su entronque con la libertad religiosa, fueron momentos y hechos que significaron pasos importantes en el desarrollo del anticlericalismo en España.

Durante la Restauración Alfonsina, a partir de 1874, la Iglesia española recuperó, en gran manera, el espacio perdido anteriormente y, en las décadas finales del siglo, se introdujo una calma relativa, por lo que las muestras de anticlericalismo no fueron más allá de artículos de prensa o de las tribunas de los locales y ateneos republicanos. Sin embargo las consecuencias de la guerra de Cuba primero, la de Marruecos después, la incidencia de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica subsiguiente, así como el fracaso de la Dictadura de Primo de Rivera dieron la puntilla al régimen de la Restauración.

La alianza de la Iglesia, durante ese período que finaliza en 1930 en España, con los sectores más conservadores y retrógrados social y políticamente considerados, tiene como consecuencia el crecimiento del sentimiento de hostilidad hacia las instituciones eclesiásticas en amplias capas de la población y en las formaciones políticas republicanas y de izquierda. Esa es la situación en la que nos encontramos tras la caída de la Dictadura de Primo de Rivera y el inicio del nuevo período constitucional que dará lugar a la llegada de la II República, la de un anticlericalismo latente que aflorará a partir de ese momento y será una de las constantes de la II República. En Avilés no estamos, en esos momentos, al margen de la realidad descrita.

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