La hipnosis que ejerce la televisión impide una visión cualitativa de la realidad. Si no aprendemos a razonar en silencio y a solas, fuera del circuito ruidoso de los medios de comunicación, estamos perdidos. Hay quienes creen que todo lo que dicen los libros es cierto y que la palabra televisiva es letra santa, mucho más decisiva que la Biblia. Todo el mundo se mata por salir en la pequeña pantalla, ejerce una atracción irresistible que pocos pueden controlar. El afán de notoriedad y la rentabilidad que implica revela una insatisfactoria forma de vivir, saca del corazón los más siniestros pensamientos.

Es bueno darse a revelar cuando se tiene algo importante que decir. ¿Quiénes son los que poseen en estos tiempos la palabra sagrada que no quema y la voz que sana el corazón? ¿Dónde se hallan los apóstoles de las revelaciones inconcusas? ¿En qué aguas es preciso vivir para saciar la sed del alma y calmar las crecientes predisposiciones al mal? La sociedad occidental, consumista, laicista y hedonista es víctima de sus vicios y pasiones, sus malos gobernantes, y, sobre todo, de una falta completa de armonía y ecuanimidad. Si el genial Beethoven levantara la cabeza y viera cómo su sagrado himno, la melodía más perfecta de la historia de la música, tomada de una misa de Mozart o coincidente con ella, lo han convertido, sin su permiso, de forma casi caricaturesca, en el emblema vivo de una deficiente y estropeada unión europea, que da sus últimos latidos agonizantes, llevaría los brazos al cielo.

¡Qué pena da ver cómo se manipulan los genios, se ningunea al que sabe, se descarta al que dice la verdad y se eleva a la poltrona del ruido estentóreo al que carece de escrúpulos para gozar! ¿Acaso puede sacar algo bueno? ¡Cómo de esta guisa creativa se engañan los carentes de escrúpulos para seguir explotando al que no tiene nada bueno que perder? Si los pobres del mundo se unieran de verdad, mas allá de interesadas ideologías y leyendas, los ricos y explotadores no podrían actuar; es más, sirviéndose de las miserias ajenas provocan conflictos e hieren amores, para aumentar sus desengaños. ¿De qué le sirven al millonario, además de sus provocativas donaciones y apariencias generosas, todos sus bienes si ha perdido su alma? Los necios se burlan de las verdades sagradas porque no saben lo qué hacen. Si Cristo estuviera vivo entre nosotros volvería a ser crucificado. Los Evangelios son mucho más que el ejemplo fresco de las enseñanzas del maestro; contienen sabias indicaciones acerca de la verdad y la vida. Así, nos enseñan que el que se distingue a nivel personal corre un grave peligro y el que hace el bien siempre encuentra la resistencia del enemigo oculto del hombre.

¿Cómo vamos a construir un futuro si estamos por dentro llenos de miserias y destemplanzas? ¿Cómo vamos a creer en los dirigentes que nos gobiernan si muchos de ellos están salpicados de escándalos personales, vicios nefandos y necedades sin cuento? Si la democracia actual fuera una democracia real, no permitiría lo que está sucediendo. Cada cual hace lo que quiere, las creencias elevadas y trascendentes han quedado relegadas al ostracismo por mor de los votos y los niveles de audiencia. ¡Hay tanto vacío a mi alrededor que tengo miedo de hundirme para siempre! Para el sistema todo vale cuando se produce un beneficio o exige una eficacia inmediata. Mucha gente muere sin saber que está enferma antes de morir por un sistema absurdo que le quita lo excelente, la enajena, la corrompe.

Las revoluciones sociales no son la solución, la historia acredita que son propiciadas para abundar más en lo mismo; lo bueno de todo pasa por lo divino, por el cambio interior, por la inteligencia de la mente y por el despertar de la virtud dormida. No son meras palabras: todos los que atisbaron la luz primordial han dicho, a lo largo y ancho de sus vidas, lo mismo: sin Dios nada vale, el mundo es cruel, el hombre agoniza y el sol ya no se ve. Hay que transmutarse para que los trastos viejos de los escándalos mundanos cesen; es preciso amar sin esperar nada a cambio para convertir el odio en un pedazo de pan. Tendremos que volver a los primeros tiempos del cristianismo, cuando doce analfabetos, bien guiados por un hombre sabio, derrotaron sin paliativos al todopoderoso imperio romano. La verdad, como dijo ese ser sin igual, nos hace libres.

No es el dinero, el triunfo, el exceso homicida o la moral desafiante los que dan libertad; es en la lucha diaria contra uno mismo, el amor al prójimo, aunque no lo merezca y en una vida sobria y tranquila donde se pueden encontrar la paz y la felicidad. El mundo está en llamas, no es preciso ser un lince para notarlo, sólo hace falta mirar quien lo lleva. El diablo, que muchos niegan para que siga más que vivo, no cesa de azuzar sus jinetes. Las profecías falsas se multiplican, los videntes hipócritas hacen su agosto, mientras las personas de buena voluntad pierden la fe infantil que tenían. ¿Quién nos va a devolver la salud del alma? ¿Quién, en estos tiempos de pétrea oscuridad está capacitado para levantar olas de entusiasmo y mercedes favorables? ¿Acaso otro Hitler, otro Napoleón u otro Stalin que poblaron la humanidad de dolor y escombros? Muchos que hablan de vegetarianismo comen carne en privado; otros que predican en público la castidad tienen hijos en secreto y algunos que hablan de solidaridad son los menos solidarios que existen,. En un mundo así, puesto al revés, ¿es posible y viable organizar una Europa unida? ¿Es hacedero respetar todas las mentiras que se divulgan por doquier? Si no despertamos pronto a la realidad su apariencia nos hará polvo y nada será como tenía que ser. Cuando llegue el fuego que vendrá, ¿qué hay que hacer con quienes nos engañaron con la moneda única, el gobierno mundial y otras lindezas?

Los que mandan en la sombra no van a dejar de hacerlo nunca, creen que tienen todo el tiempo por delante; como no creen en nada hacen lo que quieren, pero pertenecen a la tierra, de la que no pueden despegar. El cielo, Dios, la vida eterna, para ellos son ilusiones de los pobres e ignorantes que no pueden ir más allá. Es preciso crear una sociedad espiritual formada por seres puros e integrales como contrapeso a cuanto existe: sólo por lo imposible merece la pena luchar en esta vida: el resto, vendrá dado por añadidura.