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Vita brevis

La salida británica

La carta remitida por el Reino Unido a Bruselas para iniciar su marcha

Hace unos días, un propio llevó en mano un sobre al presidente del Consejo Europeo en Bruselas. Su remitente era Theresa May y contenía una carta que podría estar manuscrita con letra inglesa. La había firmado la noche antes sobre la mesa de su despacho oficial, bajo un retrato de Robert Walpole con su pelucón empolvado de blanco y ceñido su cuello con un babero de encaje abrigando la pechera descubierta de su casaca barroca, que fue un señor que gobernó el Reino Unido durante un montón de años y al que se considera el primero de los primeros ministros ingleses y, por tanto, antecesor de la señora. Tras la mesa se erigía orgullosamente el torrotito de la Unión, que es esa bandera de cruces y aspas sobrepuestas en rojo y blanco sobre un fondo azul, que los ingleses colocan por todas partes, incluidos los calzoncillos.

Andando en la era digital como estamos, este procedimiento de comunicación postal por medio de un propio se antoja un anacronismo relevante. Así que, a tono con tanta tradición añeja, es de suponer que doña Theresa hubiera echado mano del recado de escribir y con primorosa letra rellenara el papel envejecido con el comunicado.

"Espero que al recibo de la presente estén bien. Yo, bien. En casa, todos bien, gracias a Dios. Pues que les envío la presente para decirles que aquí los ingleses quieren que les devuelvan el país y salirse de la Unión Europea, así es que nos vamos. Que no he podido escribirles antes para decírselo porque llovía mucho, que aquí siempre llueve, y ahora pues lo hago porque el Parlamento está de acuerdo y ya han pasado nueve meses desde el referéndum, que es lo que deben durar los embarazos y no queríamos meter al niño en la incubadora. No se crean que esto es un rechazo a los valores que compartimos como europeos, que en las cenas elegantes también bebemos vino y tomamos café como ustedes, aunque nos dé acidez de estómago y acabemos vomitando en la moqueta, que aquí no hay una casa que no la tenga. Ya saben que somos muy nuestros, que conducimos por la izquierda y, en verano, nos gusta atiborrarnos comiendo medio sándwich de pepino mientras vemos un partido de cricket, hacer concursos de pastel de riñones en las campas de las iglesias anglicanas y plantificarnos tiestos en la cabeza para ir a las carreras de caballos. Creo que vamos a estar bien, de modo que no se preocupen por nosotros, que tenemos al primo Trump que nos quiere mucho y nos ayuda en todo lo que puede el hombre. Confío en que nuestra salida no les perjudique mucho a ustedes, que están separados de nosotros y aislados allá en el continente. Así que espero que en dos años arreglemos el asunto lo mejor posible para todos, incluidos nuestros territorios imperiales de ultramar, como Gibraltar, que es propiedad de la Corona británica a perpetuidad y nos viene muy bien para blanquear algunas libras esterlinas, y a ustedes también, que el contrabando da de comer a muchos algecireños. Sin más por hoy, queden con Dios y reciban un cordial saludo de esta su amiga que lo es. Theresa May. P.D. Que de parte de la reina que también les saluda".

El presidente del Consejo Europeo, que era el destinatario de la misiva, abrió el sobre y leyó la carta. Donald Tusk, que así se llama el hombre a pesar de ser polaco y, por tanto, meapilas, exhibió después el comunicado a la prensa y vino a decir que no era un día feliz para los europeos y los británicos.

Hay que darle toda la razón a don Donald, porque produce mucha melancolía andar con sobres y cartas cuando ya todo se hace por ordenador y al instante, desde la declaración de la renta hasta insultar. A ello se añade la tristeza, porque la carta era de despedida, que siempre es la última estrofa de una copla y, tras ella, deja de sonar la música y se hace el silencio. Como dijo el polaco: "Ya os echamos de menos".

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