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Humor clandestino

Tras la condena por los chistes sobre Carrero Blanco

No hay gracioso, profesional o amateur, que estos días pasados no se haya apuntado a la campaña de chistes sobre Carrero Blanco, el Valle de los Caídos y el franquismo. El contenido daba lo mismo, lo importante era la dimensión heroica de enfrentarse a los jueces que han decidido judicializar cualquier referencia a esa broma de que España fuera una dictadura durante cuarenta años.

Lo curioso del caso es que los chistes que han merecido la atención de los jueces son chistes malos. Chistes que, a quienes ya somos mayores, nos hacen poca o ninguna gracia, tal vez, por lo que dice la catedrática de Biología Molecular Natalia López. Porque el sentido del humor necesita una buena gestión de las emociones y los jóvenes, que son quienes más se han prodigado, tienden a procesar las emociones de una manera desproporcionada; esperando muchísima recompensa de cosas que no son para tanto.

De todas maneras, que los chistes me hayan parecido malos, no quiere decir que aplauda que a sus autores los metan en la cárcel. Los jueces deberían saber que sobre los mecanismos del humor hay muchas teorías. A veces, basta con ver algo que no tiene sentido, o no esperábamos, para que nos riamos a carcajadas. Por ejemplo: si en un entierro resbalan los que llevan al muerto, y acaban patas arriba, apuesto que se ríen desde el cura hasta los parientes en primer grado. Es lo que suele pasar con las situaciones negativas, que muchas veces somos incapaces de inhibir la risa porque el humor emerge del dolor o de algo que no es, para nada, correcto. Parece un contrasentido, pero así es como funciona nuestro cerebro. Coge algo horrible y lo convierte en estúpido.

Esto que se dice, del humor y el dolor, no es nuevo, todos lo sabemos, de modo que no creo que sea exagerado pedir que los jueces también lo sepan y tengan la misma madurez que el resto de los ciudadanos. Acepto que, debido a su exposición prolongada a la extravagancia de algunos casos, estén más expuestos a las diarreas mentales, pero se les supone al tanto de que humor y enaltecimiento del terrorismo no hacen buena pareja, a pesar de que ambos partan del absurdo. Por eso, no se entiende que se empeñen en juntarlos. Es como si alguien hubiera pensado que puede ser una coartada para recordarnos el olvidado olor de la censura.

Las histéricas reacciones, a cuenta de esos chistes, tienen un aire viejuno que nos lleva a sospechar que el pasado, para algunos, todavía pesa más que el futuro. Un futuro en el que sería impensable que tuviéramos que volver al humor clandestino. A los viejos chistes que contábamos en voz baja para no acabar en la cárcel.

En esas estamos. Esa parece la pretensión de la Audiencia Nacional y de algunos jueces y fiscales. Por lo visto, un porcentaje elevado de su abnegado trabajo consiste en vigilar y perseguir los chistes que circulan por la red, a pesar de que, atendiendo al Código Penal y a nuestra Constitución, no sólo no constituyen delito sino que no pueden constituirlo.

Pero fíate y no corras. Yo, por si acaso, cierro este artículo con aquello que dijo La Codorniz. "Regla de tres: bombín es a bombón como cojín es a X. Nota de la redacción: si nos cierran la edición, nos importa tres X".

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