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Abogado

Penitencia autonómica

El modelo descentralizado de organización territorial y sus consecuencias

Antes de que se independizaran las colonias inglesas de Norteamérica y se fundaran los Estados Unidos, España ya era un estado centralista al modo francés. Tras alcanzar la victoria en la Guerra de Sucesión, el rey Felipe V de Borbón acabó con las antiguallas de los fueros, excepto en las Provincias Vascongadas y Navarra, porque en esos territorios le apoyaron desde el principio y les permitió seguir con sus boinas.

Con una mayor o menor descentralización administrativa España se ha mantenido históricamente fiel a los principios de centralización política, tan franceses y elegantes y, oiga, tan jacobinos e igualitarios. Las únicas ocasiones en que se quebró esta idea de organización política fueron las dos veces en que España se acostó monárquica y se levantó republicana. Durante la I República se produjo la encantadora Rebelión cantonal, con aquello de ¡viva Cartagena!, que se hizo tan famoso, pero que no fue el único, porque se formaron cantones con sus correspondientes comités de Salud Pública en un montón de sitios, como en Valencia, Carmona, Sanlúcar de Barrameda, Coria o Jumilla, y otros muchos. Así, hala, como si fueran las suizas Ginebra, Zurich o Berna, que no me dirán que la cosa no tuvo su gracia.

En la II República se puso en marcha otra concepción de la descentralización política, aunque también hubo algunos pequeños conatos de resucitar el cantonalismo durante la Guerra Civil. Esta vez fue el nacionalismo étnico lingüístico, tan romántico y burgués, el que pretendió imponer una cierta autonomía política regional mediante unos estatutos, que no duraron una siesta porque llegó el Caudillo y sanseacabó.

La llama del nacionalismo lingüístico se mantuvo mortecina pero viva durante el franquismo. Contradictoriamente, pienso que parte de la culpa la tuvo doña Pilar Primo de Rivera, que promovió aquello de los Coros y Danzas de la Sección Femenina, que se dedicaban a recoger cantos y danzas en trance de desaparecer, y luego se exhibían en la demostración sindical del 1º de mayo, entonces fiesta de San José Artesano, en la Gira del Pantano de Trasona y en otros eventos del régimen.

Desde luego que la mayor parte de la culpa la tuvieron los frailes. Fueron los jesuitas, en el País Vasco, los que permitieron que en sus conventos se fundara ETA para que sacudiera el árbol y que el padre Arzallus pudiera recoger las nueces. Por su parte y en Cataluña, fueron los capuchinos de Sarriá y los benitos de Montserrat los que albergaron el catalanismo político. "Pare nostre, qui esteu en el cel". Y, tras el amén y bajo el ondear de la "senyera", surgió aquel lema tan repetido en el tardofranquismo que decía: "Llibertat, amnistía, estatut d'autonomia".

Con la Transición llegó la libertad, libertad sin ira, libertad, que cantaba el grupo "Jarcha". También se promulgó una amnistía, que algún juez extravagante muchos años después ha querido revocar parcialmente. Naturalmente, no faltaron tampoco los estatutos de autonomía reclamados por los frailes vascos y catalanes y tan bien recibidos por sus altas burguesías locales. Como la tontería es más contagiosa que la peste, surgieron autonomías como setas en otoño, que hasta se creó una que se llama La Rioja, como el vino, y a punto estuvo de serlo también Segovia, supongo que por el hecho diferencial de su acueducto.

Se dice que esto de las autonomías ha sido muy provechoso. Parece ser que para algunos presidentes de diversas autonomías sí lo fue, que ahí se andan entre rejas algunos que lo fueron o viéndoselas con los jueces. No pocos lo sufrieron lo mismo en el pasado. Es verdad que los hubo que al final fueron absueltos, pero tuvieron que pasar en su momento esas penurias. En el pecado de las autonomías está su penitencia.

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