La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Escritor

Una marquesina

La polémica por el derribo de la visera de La Rocica

La pasada semana, varios colectivos y asociaciones se unieron para reivindicar que siga en pie la popular marquesina de La Rocica y evitar que sea derruida. No tiene ningún tipo de protección por su valor arquitectónico, pero sí un valor sentimental para muchos, que la consideran un símbolo del barrio ya que lleva más de medio siglo guareciendo a los usuarios del transporte público.

En esta ocasión, lo curioso es que no cabe echar la culpa de su derribo a una alcaldada o a una decisión arbitraria del Ayuntamiento pues fueron los propios vecinos, mediante una consulta ciudadana, quienes decidieron, con sus votos, que se construyera una rotonda, dentro del proyecto de reurbanización de la calle Santa Apolonia. Es más, hace ahora nueve años, en 2008, el Ayuntamiento invirtió 9.778 euros en reparar la marquesina que ahora será derribada.

Quienes se oponen al derribo han llegado tarde para revertir una situación que es producto de una decisión vecinal, pero su postura sirve para llamar la atención sobre el valor, no solo sentimental, que tienen algunas construcciones singulares, al respecto de la imagen de las ciudades y el sentir de los ciudadanos. Hay edificios y construcciones cuya importancia es su capacidad de significar algo sobre cualquier otro aspecto. Borrar parte de las huellas del pasado es eliminar un vestigio tangible de un determinado periodo histórico. Y eso se supone que debería bastar como argumento para convencernos de que algo que es significativo merece ser conservado por encima del interés económico o el arquitectónico.

La importancia que pueda tener la marquesina de La Rocica es la que queramos darle. Pasa un poco como con el roble talado en González Abarca y los cinco árboles centenarios que serán talados en los próximos días. Los testimonios del pasado, por su valor educativo, hacen aconsejable que no los borremos. Pasa como con la conservación y consolidación de vestigios que un día albergaron una actividad singular. Vestigios como los lavaderos públicos o aquellas casetas de arbitrios que llamaban fielatos. Lavaderos todavía quedan algunos, pero fielatos me parece que no debe quedar ni uno.

La marquesina de La Rocica es una construcción diferenciada, situada en un lugar concreto. Seguro que muchos vecinos votaron a favor de la rotonda sin preocuparse de más. Sin pensar que estaban imbuidos de ese sentimiento utilitarista que se ha apropiado de nosotros para casi todo. Seguro que dijeron: hay que ser prácticos, ¿qué importa una marquesina? Suele pasar con muchos vestigios históricos. La pregunta casi siempre es la misma: ¿Y eso para qué sirve? Pues sirve para transmitirnos, de forma duradera, mensajes y experiencias de enorme calado. No es un pasado muerto. Es un pasado que relaciona a diferentes generaciones, como hilo conductor entre los que estaban antes y los que vendrán después. Tiene un valor añadido en esta sociedad actual, que tiende a primar artificialmente lo nuevo, transformándolo en objeto de usar y tirar; una sociedad que fabrica y consume a un ritmo trepidante y que rápidamente convierte lo antiguo en viejo y desechable.

El objetivo de la consulta, que era la aceptación y el consenso de los vecinos, al parecer no se ha cumplido. Votaron pocos, creo que en torno al 10%, pero tanto los que votaron en contra como los que se abstuvieron tendrán que resignarse. Ya saben: "Es el vecino el que elige el Alcalde y es el Alcalde el que quiere que sean los vecinos".

Compartir el artículo

stats