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Carta a una niña que va a nacer

La necesidad de caminar hacia lo trascendente

Poco antes de nacer mi primera sobrina publiqué en este mismo diario una carta para decirle aquellas cosas que no podré expresarle cuando ella sea mayor debido a mi avanzada edad. Poco después de su nacimiento volví de nuevo a escribirle otro texto semejante el cual alcanzó favorable acogida y repercusión. En vista de las felices circunstancias seguí escribiendo hasta completar, como movido por la magia del cielo, un volumen de cierta extensión, mi primer libro.

"Carta a una niña que va a nacer" reúne las enseñanzas espirituales que le dirijo a mi futura sobrina, para que, cuando sea mayor, las conserve en su corazón y no se pierdan. Es un canto de acción de gracias al amor, a la infancia, a la madre, a Dios y a la vida superior. Por cualquier página que se abra al azar aparece una valiosa experiencia interior digna de ser tenida en cuenta. No es una novela, pero se lee como si lo fuera; no es un libro de autoayuda, pero da sabios consejos y buenas recomendaciones para obtener una gran paz; no es un poema, pero sus palabras están llenas de auténtica poesía. Es, en el fondo, un texto profundo de amor y sabiduría, un soplo de aire fresco en un mundo falto de cariño y carente de belleza y armonía. Fue escrito con la finalidad de ayudar a todas las personas que lo lean para que se sientan bien y sean felices.

Está escrito con el corazón, con palabras de amor, ilusión y agradecimiento. Nada es tan hermoso como la defensa a ultranza de la vida, el cariño hacia los niños, el recuerdo de los seres queridos, el cultivo de la felicidad y la entrega al reino divino. También contiene serias advertencias sobre el peligro que tiene la humanidad, en breve tiempo, si no cambia de actitud y de dirección hacia lo que merece la pena.

El libro defiende la infancia porque es la etapa más feliz y maravillosa del hombre y la que nos recuerda la estancia en el paraíso; exalta la vida porque es lo más grande que tenemos, un anticipo del cielo: el que no ama la vida está muerto en vida. Es un canto a lo divino y un homenaje al mundo espiritual que muy pocos ven, porque o no quieren ver o ya están ciegos para el espíritu: cuando el ser se niega a ver más allá de sí mismo causa enfermedades, desgracias y miedos insuperables. Defiende, a capa y espada, todos los valores eternos contrarios a los existentes. Es un libro antisistema porque afirma la verdad, el valor del amor e insta a la lucha interna contra los enemigos del alma.

No es el mejor libro del mundo, pero es muy diferente a los demás, posee el marchamo de lo original y la marca indestructible de lo difícil que hace pensar y creer. Muchos y variados estilos concurren en sus páginas, es una sucesión ininterrumpida de aforismos encadenados que proclaman las misteriosas y sabias revelaciones del espíritu. Al ser un libro de cabecera es un oráculo de ayuda interior. Los libros que enseñan y ayuda no se leen de un tirón, están a nuestro lado para enseñarnos y darnos buena compañía. Las palabras bellas y eternas fortalecen el corazón y liberan el alma porque vienen de las estrellas.

Lo he leído varias veces y siempre descubro cosas nuevas, como si alguien me las dictase en secreto. La vida es muy sencilla, valiosa y enigmática: una simple frase nos puede salvar o condenar. Una amiga que lo ha leído me dijo que cuando no se encuentra bien lo utiliza como un remedio curativo, sin efectos secundarios, para encontrarse mejor. No hace falta entender las palabras que vienen del otro reino, hay que dejarse llevar por su misterio para que el espíritu se eleve hacia lo alto; el mundo es un jardín en flor cuando despedimos aromas hermosos llenos de alegría infantil. ¡Qué bien se está en la paz de Dios! ¡Qué bien nos iría a todos si amáramos más, envidiáramos menos y no nos sintiéramos el ombligo del universo! La sencillez es el remedio perfecto contra la tristeza y la soledad; la humildad es el tesoro que no tiene precio y la fe el regalo de la luz divina que todo lo ilumina.

Si no hablamos de Dios muchos pueden llegar a creer que no existe; si no ponemos el amor por encima de todas las cosas, los frutos del mal vienen solos: sólo hace falta poner un telediario para darse cuenta del dolor que asola a la humanidad.

Hace unos días, en el palacio de Valdecarzana, en el Club de LA NUEVA ESPAÑA, tuvo lugar la presentación de mi primer libro publicado. Tengo el honor y el placer de hacerlo en mi ciudad natal, a la que quiero por encima de cualquier consideración. El que quiera oír una palabra diferente para deleitarse, allí la escuchará; el que desee una clase de alimento distinto al ordinario y convencional tendrá plena satisfacción. El mundo tiene hambre de Dios y de lo divino: me he limitado a dar curso adecuado a las pulsiones de mi ser interior.

Es el tiempo propicio para un cambio de aires hacia lo trascendente, hacia lo que tiene peso y valor. Por desgracia, el mundo moderno va en otra dirección, así le luce el pelo y así se cantan y cuentan las tristes y abundantes historias del dolor y de la soledad.

No es fácil luchar contra los elementos en una realidad contraria a lo que merece la pena. Pero, al final, la luz siempre vence y la fe que no conoce maldad mueve siempre las montañas de las dificultades, obra milagros prodigiosos y logra la paz que todo lo puede.

Agradezco a todos los que han hecho posible este pequeño milagro. Muchas gracias.

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