Los requisitos que deben cumplir las asociaciones de vecinos para organizar los festejos de barrios y parroquias son ya tantos y tan complejos que bien podrían inspirar un ensayo postweberiano sobre la burocracia. A los pagos a menudo abusivos que exigen entidades como la Sociedad de Autores, se suma un rosario de documentos complicados de rellenar para un experto en leyes, lo que ha provocado la desaparición de muchas de esas celebraciones. Quizá por eso algunos colectivos de la comarca se tomen con sentido del humor que también tengan que pedir permiso al aeropuerto para tirar voladores, casi como un mal menor en medio del océano de papeles en el que nadan. Nadie critica que las administraciones velen con todas sus fuerzas por la seguridad y el buen desarrollo de cualquier evento con aglomeraciones. Pero tampoco hay que llevarse a engaño. Este empeño regulador esconde además un oscuro deseo de control que mata la iniciativa popular, con todo lo que eso supone.
