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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

La cúpula del trueno

En la cúpula del trueno, dos entran y uno sale, es decir, hay un duelo que sólo termina cuando todo termina. La cúpula del trueno es el circo en el que se imparte la justicia del mundo cuando el mundo ha dejado de ser mundo. Ocurre en "Mad Max", pero también en el despacho del profesor de Universidad de "Oleanna", la obra que se presentó antes de anoche en Avilés. David Mamet (Chicago, Estados Unidos, 1947), el autor de esta joya incorrecta y antiburguesa, decidió escribir "Oleanna" para sacar los guantes, los bates y las espadas y así poder armar el combate final: la prosperidad es el fruto prohibido de la ambición; fracasar en su encuentro, una humillación.

Carol (Natalia Sánchez) y John (Fernando Guillén-Cuervo) salen a escena, se saludan como dos karatecas al inicio de una pelea. Y empiezan los mandobles, los que lanza un acosador sexual normalizado y los que devuelve una gata panza arriba. El despacho del profesor se transforma, así, en un río africano lleno de cocodrilos que una manada de ñúes pretende cruzar. Eso es "Oleanna", la tragedia que viene con el deseo de prosperidad. Mamet coloca sobre el tatami a dos ambiciosos y los dos chocan contra el muro de las lamentaciones. Y, con ellos, los espectadores; los que llenaron el teatro Palacio Valdés el viernes pasado, en el estreno nacional de uno de los dramas más superlativos del escritor norteamericano, el más destacado del momento presente, el autor de "Glengarry Glen Ross" y de "Búfalo americano", el mismo que dirigió "Spartan" y "Casa de Juegos", una gloria nacional.

Dos entran, uno sale y, cuando lo hace, está herido por el rayo y así se lanza contra los testigos, que salen salpicados por la sangre más oscura de todas. Mamet hace daño, y los dos actores, mucho más.

Fernando Guillén-Cuervo compone como nadie personajes que viven en las sombras, y este John de "Oleanna" es uno de ellos: un señor de orden, un profesor de éxito que llama a las puertas de un éxito aún mayor: nueva casa, a un paso de un colegio privado. "¿Existe una ley que diga que tengo que mejorar los colegios públicos a costa de mis propios intereses?", se pregunta en un momento dado. Un "progre" como los de antes, con asiento en el consejo de administración de una eléctrica. David Mamet lo explica en su "Manifiesto" con claridad: "La corrección política sólo puede existir dentro de la opresión totalitaria (a quien sirve de herramienta)". El señor de orden de Guillén-Cuervo está desordenado, como los espectadores que contemplan la pelea sobre la escena (un despacho que es un tatami para las artes marciales, un horno iluminado para cocinar a los dos ambiciosos). Guillén-Cuervo da miedo, pero lo da más Natalia Sánchez, que da vida primero a una oruga y, al final, a una loba que mastica a dentelladas la puerta por la que se accede al futuro. El clímax dejó descobijado al público, que soltó una risa floja. ¿Acaso no tiene derecho a defenderse? ¿Se ha excedido en su triunfo?

"Oleanna" es la aventura del porvenir obligatorio. "El teatro es un misterio. Es una exploración del inconsciente", otra vez Mamet, otra vez su "Manifiesto". "Oleanna" consigue esa exploración, pero no lo hace solo. Luis Luque, el director, coreografía el combate con mansedumbre. Mamet exige naturalismo y se mueve sobre esos preceptos: la pelea es más dura si la violencia produce risas flojas al personal.

"Oleanna" se estrenó a comienzos de los años noventa. Estalló en la cara de una sociedad políticamente correcta. Los años no han pasado para el drama. Como el vino envejecido en barrica presenta mejor sabor. Un sorbo. Y uno se queda clavado sobre la butaca.

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