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La espinera

El choclo

El tango, la brisa cálida, las risas, el choclo... Aquella calle, la calle Galán en Salinas, vista desde otro tiempo y con otros ojos: los de la melancolía que todo lo tiñe de sepia. Una especie de Habana Vieja, pequeña y dulce como el corazón de una madre que no se desvanece...

El choclo era y es uno de los tangos más populares, cuya melodía fue creada por Casimiro Alcorta, un violinista de raza negra, que murió en la miseria. Por desgracia, suelen pasar siempre esas cosas. Más tarde, para que perdiese marginalidad y ganase aceptación fue reinventado como una danza criolla y de esa manera sonaban sus acordes, en la calle Galán en Salinas hacia mitad de los cincuenta del siglo pasado. Aún no habían llegado los primeros transistores o, al menos, Rosi y Mari no los tenían.

Mari hacía las camas, era verano, los balcones abiertos. Rosi, al otro lado de la calle, se secaba las manos y encendía la radio, casualmente, sonaba el choclo. "¡Mari, el choclo!", gritaba Rosi desde la ventana. El día era perfecto. Otras veces era Mari la que gritaba: "¡Rosi, el choclo!" Y así transcurrían los días sencillos, soleados, redondos. Y al caer la tarde los paseos en bicicleta. Mari y Rosi, amigas inseparables, surgían por la calle felices, soñadoras aunque siempre con los pies en la tierra. Así eran los mandatos de aquella época.

Probablemente, Jorge Luis Borges haya tenido razón al afirmar que "sin atardeceres y noches en Buenos Aires no pude hacerse un tango". Sin embargo, la esencia del tango siempre estará presente en nuestras vidas, a pesar de no haber estado jamás en Buenos Aires, pues el dolor, el resentimiento, la nostalgia y por supuesto la pasión y el amor, componentes en estado puro de cualquier buen tango, conforman nuestra esencia universal y humana. Y Rosi y Mari así lo percibían hace más de cincuenta años en la calle Galán de Salinas. Estaban vivas, sentían, sabían que los pasos del tango siempre avanzan, a pesar de todo, hacia delante.

Nunca olvidaré ni aquella foto ni aquel día, pues aunque aún no hubiese nacido, percibo intensamente la luz, los pétalos de los geranios sobre el empedrado, aquel vestido blanco en movimiento que cubría hasta la mitad de la pantorrilla, las bicicletas, vuestra belleza en los años cincuenta y cómo no: el choclo, el tango querido, la pasión contenida, el alma, la sonrisa.

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