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Abogado

Caminar, una necesidad

El placer que produce el mero hecho de avanzar a pie

Cuando la arquitectura de su esqueleto aseguró el equilibrio del tronco sobre las piernas y de la cabeza sobre la columna, los primeros homínidos se hicieron bípedos y, desde entonces, no han dejado de caminar.

Desde algún lugar de África, esos primeros homínidos se levantaron hace cuatro millones de años, y desde allí atravesaron desiertos, sierras, océanos, cordilleras y se extendieron por los confines del mundo, interactuando con el espacio natural mientras formaban parte de él.

Sin embargo, en este camino de la evolución humana, el hombre ha llegado en estas últimas décadas a aglomerarse en grandes urbes y a depender de medios de transporte mecánicos, ajeno ya a montes, valles, ríos, perdiendo ese contacto íntimo con la naturaleza, y olvidándose de caminar.

Hasta tal punto ello es así, que caminar en la naturaleza no es ya una actividad connatural a la propia existencia, sino que se apunta en la agenda, por recomendación médica, para no tener problemas de salud. Muchos caminan en una cinta, dentro de un gimnasio mal ventilado, oyendo música tecno y rodeados de hormigón.

Pese a ello, creo que, al menos algunos, sentimos la llamada a lanzarnos a caminar en la naturaleza, como una necesidad, que nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, a liberarnos de las cadenas que nos atenazan y a ser realmente felices.

Que esa llamada es algo connatural al ser humano lo demuestra que caminar sea la primera aventura de todo niño que, sintiendo esa necesidad, deja de gatear y se yergue, para con pasos trémulos avanzar. Y es también la última claudicación del viejo, cuando ya cansado del camino, se tiende, esperando la muerte.

Ese caminar en la naturaleza, tiene la grandeza de situarnos en la justa dimensión que ocupamos en el mundo, lo que nos reconcilia con nosotros mismos, con los demás, con la biosfera; y es, precisamente, en ese estado espiritual, cuando surgen nuestras mejores y más sanas ideas.

Muchos y buenos filósofos, pensadores y escritores han escrito sobre esta sensación tan placentera.

Hace unos años, leía un precioso artículo de Emma Rodríguez, que bajo el título "Tras los pasos de Walser y demás caminantes", recogía las sensaciones que experimentaron grandes de la literatura y la filosofía al caminar, así como las reflexiones de muchos de ellos sobre esa actividad tan humana, que para muchos grandes se convirtió en una necesidad.

Fue leyendo ese artículo cuando descubrí los escritos de Robert Walser, de Tomas Espedal y de otros grandes escritores, por ellos citados, que escribieron y reflexionaron sobre el caminar.

Todos ellos nos invitan de un modo u otro a caminar, a sentir lo que ellos sintieron y a reflexionar con ellos caminando, saboreando con cada paso, la brisa del viento, los rayos de sol, el piar de los pájaros, el ruido de las ramas bajo nuestros pies, las gotas de lluvia. Caminar en la naturaleza acompasa nuestro biorritmo. Por eso, y porque nos sentimos aceptados por ella como parte de la misma, sale de nosotros el propósito desesperado de proteger nuestro planeta como una joya irremplazable.

Termino con un consejo de Sören Kierkegaard: "Ante todo, no pierdas las ganas de caminar. Yo camino todos los días hasta que alcanzo un estado de bienestar y dejo atrás toda enfermedad; he llegado a mis mejores ideas caminando y no conozco ningún pensamiento tan oprimente que no pueda dejarse atrás caminando".

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