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Miguel Ángel Blanco

Reflexiones sobre el terrorismo veinte años después del asesinato del concejal del PP de Ermua

¿Recuerda dónde estaba el jueves 10 de julio de 1997 sobre las cuatro y media de la tarde? ¿Cómo se enteró de que ETA había secuestrado al joven edil del ayuntamiento vizcaíno de Ermua? A mí jamás se me olvidará. Paseaba por Santander en compañía de chicos de octavo de EGB realizando una excursión programada del campamento de verano. Iba ataviado con un indestructible polo que aún conservo del Athletic Club, motivo por el cual una elegante señora, en la creencia de que éramos vascos, se dirigió a mí: "¡A ver si se arregla y lo liberan, por Dios!" Todos los años en esa fecha vienen con total nitidez a mi mente aquel lugar, aquellos chicos, la señora y la nefasta noticia.

Han pasado veinte años y después de demasiados días de horror parece afianzarse la opinión de que el Estado de Derecho ha vencido a la banda del hacha y la serpiente. Yo no la comparto, aunque es positivo que de momento hayan dejado de matar y también la aparición hace pocos días en Rentería de un atisbo de humanidad a través de su alcalde Julen Mendoza Pérez. Perteneciente a Bildu, convocó a los familiares de tres ciudadanos de este municipio asesinados por terroristas etarras y sin nauseabundas equidistancias descubrió una placa en su memoria, pronunciando un discurso cargado de arrepentimiento: "Si en algún momento este Ayuntamiento, o yo mismo, no os hemos acompañado correctamente o hemos dicho o hecho algo que pudiera haber añadido más dolor al que ya padecéis, pido perdón por ello".

Pero la cruda realidad es que a día de hoy, Mendoza es una excepción -resulta repulsivo escuchar al carnicero de Mondragón, Josu Zabarte, autor de 17 asesinatos, decir que no se arrepiente, que él no ha asesinado a nadie, que él ha "ejecutado"-; entregaron las armas que les dio la gana y su colaboración es nula para esclarecer los mas de trescientos crímenes de la banda aún sin resolver.

No puede existir victoria en ausencia de la memoria, la dignidad y la justicia que merecen los que padecieron la violencia. Centenares de asesinatos después, con innumerables heridos, secuestrados, extorsionados y familias destrozadas, el brazo político del terrorismo está en las instituciones, los asesinos pasean con tranquilidad por los pueblos y ciudades sin que haya una sola placa que recuerde a las víctimas y, como muy bien señala María San Gil en un reciente artículo, la responsabilidad histórica del Partido Nacionalista Vasco ha sido blanqueada, hace muy poco en busca de un voto para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado.

La hipócrita doble vara de medir morada, apoyada en muchas ciudades por los que, después de resucitar a su secretario general, se autoproclaman como la izquierda, ha vuelto a realizar un guiño a los violentos y dar la espalda a las víctimas, negando el pan y la sal a Miguel Ángel Blanco en el vigésimo aniversario de su muerte. Si el problema para recordarlo es el peregrino argumento de que las demás víctimas pueden sentirse discriminadas, recuerden ustedes a todas y cada una de ellas en la fachada del ayuntamiento. Por desgracia, tienen bastantes mas asesinados que días del año.

La movilización tras el secuestro fue de una envergadura nunca vista. España se llenó de manos blancas, concentraciones y multitudinarias manifestaciones. "No le matéis", pedía el diario "Deia" en primera página. Todo resultó baldío. Cumplidas las 48 horas del ultimátum para que el gobierno de Aznar pusiera fin a la dispersión de los presos, el frío y sanguinario García Gaztelu, alias "Txapote", descerrajó dos disparos en la nuca de Miguel Ángel Blanco, dejándolo tirado en una cuneta muerto en vida.

De todos los titulares que reflejaron el fatal desenlace, sin el mas mínimo asomo de duda, mi elección es la portada de "Diario 16". En ella, sobre fondo negro, podía leerse: "ETA no escuchó la voz del pueblo. Hijos de perra".

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