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La Diada y la liada

Análisis del desafío independentista y del sentimiento de nacionalismo español

Vuelvo a los artículos de lo cotidiano y me encuentro con el Día de Asturias y la Diada de Cataluña. Con lo nuestro del viernes pasado y lo de los catalanes, hoy lunes. Esa manifestación que suele ser multitudinaria y en esta ocasión servirá de ensayo para la que tienen liada en octubre. Un mes raro donde el otoño comienza a enseñar sus colores y las inquietudes acaban en revoluciones. Ahí tienen la rusa, en octubre de 1917, y la nuestra en octubre de 1934.

Lo de Cataluña no creo que llegue a tanto pero muchos catalanes reclamarán, hoy, en la calle el derecho a ese referéndum "revolucionario" que tanto invocan. Reclamarán que el pueblo vote y decida lo que, algunos, ya han decidido. Ser independientes, se celebre, o no, la consulta.

En eso han sido muy hábiles, han sustituido la palabra independencia por el derecho a decidir sin contemplar que la gente pueda votar algo distinto de lo que les proponen. No les pasa por la cabeza que el voto mayoritario pueda ser queremos seguir como estamos. Para ellos el resultado viene a ser como el arcoíris. Si se vota es como cuando hace sol y llueve, no puede salir otra cosa.

Todo este lio, la liada de octubre, está montado sobre la diferencia. A los catalanes les han hecho creer que son tan diferentes que no les alcanza con esa porción de diferencia que nos permite seguir viviendo juntos. Hay, tal vez, una mayoría que ha llegado a esa conclusión porque los han empujado a pensar como adolescentes. Como esos adolescentes que creen que lo resuelven todo marchándose de casa y están pidiendo a gritos que sus padres les paren los pies y les prohíban hacer lo que dicen.

Suena paternalista, pero yo situaría el problema en esos términos. No solo por lo que dije sino porque, además, igual que los padres, llevamos mucho tiempo preguntándonos qué hemos hecho mal para que las posturas sean irreconciliables y quieran irse de todas, todas. Insisto en ello porque insistimos en convencerles por más que digan que no nos soportan y quieren ser independientes aunque acaben vendiendo pañuelos en un semáforo.

A la pregunta de qué hemos hecho mal para merecer esto, la respuesta es todo. Digo todo porque lo que hemos hecho mal ha sido permitir que hicieran lo que les vino en gana durante cuarenta años. Ha sido dejar de hacer lo que teníamos que haber hecho. Teníamos que haber roto con el pasado, pero no lo hicimos. Y esa relajación, nuestra, fue aprovechada por los que esgrimían una "patria" que no estaba contaminada por el franquismo: los nacionalistas.

No pusimos en valor lo que significaba ser españoles porque nos daba reparo. Hablo por experiencia propia y la sumo a la de otros muchos, a los que, ciertamente, nos daba reparo proclamarnos españoles porque el patriotismo estaba monopolizado por los herederos del régimen anterior y la derecha más rancia. Estaba y todavía lo sigue estando, de ahí esa reticencia que, en la práctica, se traduce en un encogernos de hombros y sentirnos españoles para nuestros adentros, sin que nos atrevamos a proclamarlo por miedo a contaminarnos.

Seguimos callados pero nos duele que quieran irse y nos aborrezcan y nos desprecien. También nosotros tenemos nuestra liada. Nos han liado para que frente al nacionalismo catalán solo valga que nos proclamemos nacionalistas españoles.

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