Antes de Ingreso, Párvulos, Primero, Segundo y Tercero de Primaria. Después, Ingreso. Y, más tarde comenzaba el Bachillerato Elemental hasta Cuarto; y en Quinto, el Bachillerato Superior, Quinto y Sexto. Antes de la Universidad, el PREU. A otros ya nos tocó el COU.

¡Qué cosas las del Bachillerato Elemental y Superior! ¡Qué cosas, Señor!

Se buscaba un buen colegio. Para los chicos, los Agustinos o el San Fernando; para ellas, el Santo Ángel o Las Doroteas. Aunque costaran mucho dinero, nunca se regateaba en la educación de los hijos. Libros, forros, uniformes, material escolar, autobús... Y suma y sigue. Mucho apellido compuesto entre el alumnado, lo que conllevaba cierto trato de favor hacia ellos. Los García, los Rodríguez, los González... pasábamos más desapercibidos. Los Agustinos eran, ciertamente, clasistas; creo que también Las Doroteas y el Santo Ángel. En la revista del colegio de cada año, que alguna conservo, salir en alguna foto fuera de la del grupo era un signo de distinción. Vaya, que siempre ocupaban las mismas, los mismos "compuestos" de siempre.

Jornada de cole acabada, y a casa para hacer los deberes. Antes de llegar, en alguna bronca había que meterse, o te metían. De aquellos escarceos, algunos conservamos algunas secuelas físicas. Hoy ya casi camino de la jubilación, aún se siente cierto orgullo de aquellas heridas de guerra. ¡Que gilipollez! ¡Y cómo llegábamos a casa! Casi para meternos directamente a la lavadora.

En casa había tabla de lavar; también lavadora, ¿eh? La tabla era para la ropa menuda: ropa interior, rodillos de cocina, alguna que otra pieza menor y poco más. La tabla era de uso diario, porque diario era nuestro enfangamiento. El detergente: Persil, Saquito, Lagarto, Omo, Sam, Ese...

Nuestros padres, por tónica general, tenían un seiscientos. Más tarde, un SIMCA 900. Hasta que llegó el R-12. Otros tenían además moto, algunos hasta con sidecar.

Las bicis eran heredadas de algún pariente, aunque las de mi casa sus dineros costaron entonces, ya que no tuvimos de quien heredarlas. Los reyes pasaban por Los Castros, Almacenes Py, Majafrán...

Las zapatillas eran de fieltro; "Wamba". Y solamente se usaban dentro de casa, aunque a veces ni las quitábamos cuando salíamos a jugar a la calle. Y si no, las chirucas, que si te pegaban una patada jugando al fútbol con ellas, podías hasta...

"A la una pica la mula, a las dos la gran coz, a las tres, Juan Perico y Andrés...".

Y vuelta otra vez, a doblar el espinazo.

Nos cortaban el pelo con una maquinilla, cuya onomatopeya sonaba más o menos: "ñaka-ñaka". Nos sentaban en una tabla que se apoyaba cruzada en el sillón del peluquero, aquél que tenía el asiento como de bambú trenzado. Si te movías, te podía caer hasta un coscorrón, o un buen guantazo. Si estabas enfermo, por ejemplo de hepatitis, entonces el peluquero venía a casa.

Nada de gaseosa. Había sifón, pero los niños no podían beberlo, porque decían que era malo para la sangre. Agua y leche, mucha leche para crecer.

Para merendar, una peseta y a comprar una chocolatina de La Cibeles. ¡Y ojo al rescatar el cromo, que no se estropeara para pegar en el álbum de Pinín! El pegamento se hacía con harina y un poco de agua; luego llegó Uhu, más tarde Imedio.

Los hombres modernos fumaban "Celtas". Los antiguos, "Caldo de Gallina" o "Picadura Selecta", como güelito. Los chicles eran "Bazoka" o "Cheiw", de tres pisos, con sabor a fresa o menta.

La gente dormía en colchones de lana, que se "vareaban" una vez al año, con varas de avellano, en una especie de fiesta campestre que molaba un huevo. Y la Selección Nacional ganó una Copa de Europa de Selecciones Nacionales.

Las mujeres recuerdo que apenas tenían tetas. Creo que era cosa de la alimentación, o eso era lo que comentan los viejos del lugar. Comentario frívolo éste, exento de machismo, pero muy repetido en la época.

Alaska, capital "ahueca", cuando te sugerían marchar de un lugar en el que no eras especialmente bienvenido; pero para marchar rápido y sin mirar atrás. Lápices de colores "Alpino", con el cervatillo mítico que aún perdura en nuestros días.

Pipas "Arias", los modernos. Si no, por una peseta te daban un cucurucho de papel de periódico grande, y venga a esbillar, y se tiraban al suelo, y nadie te miraba mal, ni mucho menos te llamaba la atención.

Sorteaban un álbum entre todos los alumnos de la clase del colegio, y si no te tocaba ¡hala! a comprarlo al quiosco. Recuerdo especialmente "Vida y color". El primer yogur que compró mi madre lo tiramos, porque desconfiábamos de que aquello se pudiera comer. Sabía ácido, pero muy ácido. Pensamos que se había estropeado en la nevera. Hasta entonces, habíamos hecho algún experimento con una yogurtera de seis vasitos, que si mal sabían unos, no digo nada de los otros.

Los camiones grandes eran Pegaso, los más pequeños Avia. "Por potencia y perfección, Avia será su camión"; así rezaba el anuncio de la tele, era una música muy pegadiza.

Nosotros llevábamos rodilleras en los pantalones (los largos sólo nos los ponían en invierno o para alguna visita... así hasta los 14 años más o menos).

En los pueblos, la leche la traía la lechera. Te la echaba en el hervidor, volvías a casa y la ponías a hervir. Nunca jamás subió mientras la estabas mirando. Un despiste, y ya se armó. Olor a leche quemada por toda la chapa de la cocina de carbón. Menuda faena. Radio. Fija, de enchufar, con "voltímetro". El "transistor" era un símbolo de status. Wanguard o Telefunken eran unas marcas reconocidísimas, al alcance de unos pocos.

Con música muy pegadiza: "que trabaje Ruton, en el hogar; enchufa el Askar.

"La revista" era el "AMA" . Para seguir la programación de la tele, "Tele-Radio". En las ondas se oía al compás de música pegadiza: "porque 'Soberano' es cosa de hombres". Está como nunca, está como nunca, está como nunca: "Fundador". ¡Y venga machismo!

Comenzaba: Carrusel deportivoooooooooooo.

¿Margarina? No, no. Bocadillos de mantequilla con azúcar. ¡Aiiiiiiiiiins.....!

Comíamos pan con chocolate, y existía algo que se llamaba "Mantecober". Venía en una tarrina como de aluminio y tenía un sabor especialísimo; nunca he vuelto a probar tal sabor; ni parecido.

¡Qué tiempos, señor; qué tiempos los del Bachiller!