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Vita brevis

El "desarme"

Comer como forma de celebrar pasadas victorias

El pasado 19 de octubre, como todos los años, se celebró en Oviedo el tradicional festín del "desarme". Sobre los manteles de las mesas de los restaurantes y de las casas se sirve un único menú, que es una costumbre que ya se ha extendido a otras poblaciones de Asturias. Está constituido por tres platos suaves para el paladar y contundentes para el estómago.

Amén de algún aperitivo, previsto o improvisado, con el que algunos comensales puedan abrir boca, se comienza con un plato de cuchara, consistente en un potaje que combina el mantecoso dulzor amarillo de los modestos pero nutricios garbanzos con el verde amargor de las espinacas y el blancor salado de los tropezones de bacalao. Quedarían cubiertas las necesidades alimenticias con esta olla de vigilia, pero ha de dejarse espacio en el mondongo para un segundo servicio de una cacerola de manjar de callos, guisados muy lentamente en caldo en una cocción que, sin ser viva, sea animada, y que debe ser servido abrasando, para poder así degustar fluidamente su textura gelatinosa. El cierre del festín no es menos liviano, que consiste en tupir el hueco que quede en el estómago con la dulce y mantecosa untuosidad de un platillo goloso de arroz con leche.

Tras semejante banquete la vida toda de la ciudad se aboca a la parálisis, perdida la conciencia individual y colectiva en una siesta inevitable, porque las vísceras reclaman toda la sangre corporal para dirigir el bolo alimenticio por los lugares donde debe y expulsar los gases que tan trabajosa industria libera.

No se conoce con precisión el origen de esta pantagruélica costumbre. La tesis más seguida relata que, cercada Oviedo por las tropas carlistas, sus habitantes liberales les convidaron a comer un rancho, tras cuya ingesta se quedaron dormidos en un sesteo irremediable, aprovechando esta circunstancia para desarmarlos. Existen otras teorías, pero todas ellas conmemoran la derrota de los carlistas, porque por estas tierras tenemos la mala costumbre de celebrar las victorias, desde la de Covadonga a pedradas contra los moros, hasta el desarme de los carlistas a base de desmayarlos con un puchero.

En términos estrictos ya no hay carlistas, pero durante el siglo XIX dieron bastante la lata. El carlismo fue un movimiento reaccionario contra el liberalismo, que provocó algunos alzamientos y tres guerras civiles. Propugnaban el mantenimiento de la monarquía tradicional absoluta y la vuelta al Antiguo Régimen, feudal y foralista, bajo el lema "Dios, Patria, Fueros, Rey". Tuvo cierto éxito formando partidas armadas entre campesinos y artesanos, bajo las prédicas de un buen número de clérigos trabucaires, sobre todo en Navarra, el País Vasco, el Norte de Cataluña y el Maestrazgo turolense y valenciano. Tras el fin de las Guerras Carlistas, continuó este movimiento como partido político con diversos nombres, participando en el Alzamiento y la Guerra Civil con un detente en el pecho, que es un escapulario con un corazón y la leyenda: "Detente bala". Luego Franco los diluyó en el Movimiento Nacional, hasta desaparecer prácticamente durante la Transición. En esa época sólo quedaban en Avilés dos hermanas solteronas de edad provecta que guardaban en su casa el sable del general Zumalacárregui, que a veces se tocaban con boina roja y que seguían diciendo: "Nosotres somos carlistes acérrimes".

La verdad es que, en el fondo, el carlismo no ha desparecido. Justamente en el País Vasco, en Navarra y en Cataluña, lugares antaño carlistas, son en los que ahora brotan los nacionalistas, lo que demuestra que estos no son más que carlistas de boutique. Habría que invitar a Puigdemont y a sus compinches a comer el "desarme".

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